El milagro de la vuelta a la vida o el peregrinaje eterno hacia la muerte

Con 13 años Juan ya es un paciente experimentado, el asma lo ha llevado a visitar y hacerse amigo de muchos médicos, que junto a él han luchado para que su calidad de vida mejore. ¡Y lo van logrando!

Por: Eliana Restrepo García

Prohibir es una palabra fuerte, impide el uso o ejecución de una cosa, carece de permiso para su desarrollo, fijado por una autoridad. Cuando se es un niño quieres hacer tantas cosas como salir a jugar con amigos, correr y saltar de aquí para allá o simplemente comer un helado. Para Juan, muchas de estas cosas no se le permitían.

Una noche que como cualquier otra, estaba tratando de dormir, pero algo no lo dejaba tranquilo, no podía respirar bien, se ahogaba con cada inhalación, un dolor y opresión en el pecho no lo dejaba descansar. María, su madre, se percató de la situación, no importó lo tarde que era y decidió, sin pensarlo dos veces, llevarlo a urgencias.

Era un hospital como cualquier otro, paredes blancas, batas blancas de un lado a otro y ese frío que carcome los huesos. La larga espera sólo hacía que la noche fuera más desesperante. Nadie daba respuestas. Era una lucha contra el tiempo de una madre angustiada y preocupada por la vida de su pequeño. Es el miedo que todo padre padece cuando la vida del “retoño” pende de un hilo. Son sólo instantes para que pueda producirse el milagro de la vuelta a la vida o el peregrinaje eterno hacia la muerte.

Las enfermeras como de costumbre realizan las preguntas de rigor, mientras  miles de pensamientos pasan por la cabeza de aquella mamá. Luego de cuatro días, de noches en vela y de no poder dormir por las numerosas muestras y exámenes, los médicos dieron los resultados. Eran las 10 de la mañana del 12 de septiembre del 2008, Juan y su madre se enteraron de una noticia que les cambiaría la vida.

Los exámenes y las muestras ordenadas por los médicos permitieron concluir que la enfermedad avanzaba con rapidez. “Se me cayó el mundo cuando me dijeron que padecía asma severa crónica. Ha estado miles de veces intubado, con respiración mecánica, tres veces por paro respiratorio y una por paro cardíaco, a causa de las crisis que le dan por el asma. Bañarse o salir a dar un paseo para él es muy complejo” señala María.

Un hospital no duerme, no tiene fines de semana, no existen los feriados. Un hospital siempre está para tratar al enfermo sin importar la hora o fecha del año. Cuando hay una emergencia no existe Año Nuevo ni Navidad. La consecuencia natural de eso es que sus inquilinos tampoco puedan conciliar el sueño y para recién nacido y su madre, esas noches se convirtieron en las primeras de miles de pesadillas que vivieron por los siguientes años de vida.

María comenzó a notar que cuando Juan jugaba con sus amigos, sus síntomas empeoraban, no pasaban ni cinco minutos y el niño tenía sibilancias y dificultades para respirar, se agotaba fácilmente y no mantenía la misma condición física que un niño de su edad.

Aunque no se ve físicamente, las personas que padecen de esta enfermedad se ven afectadas en su calidad de vida y en su capacidad de realizar ciertas actividades. La mayoría de las personas con asma pueden controlar bien sus síntomas con los medicamentos habituales, como un inhalador preventivo y un inhalador de alivio. Sin embargo, alguien con asma severa crónica tiene dificultades para controlar sus síntomas, incluso con dosis altas de medicamentos inhalados.

Juan pensaba que era el único niño que tenía este problema y eso realmente le molestaba, pues es una enfermedad muy limitante. Le costaba mucho caminar largas distancias, incluso dos cuadras era demasiado. No podía ser una persona muy productiva. La naturaleza impredecible del asma también es algo difícil para él, porque nunca se sabe cuándo le dará un ataque. Por esto, todos sus profesores debían tener sus medicinas a la mano en caso de que le diera un ataque de asma durante las clases. Su vida diaria incluía tomar cientos de medicinas durante todo el día y cuando empiezan los síntomas, debe usar un broncodilatador constantemente por las próximas 24 a 48 horas.

Pasado un tiempo y cuando todo parecía estable, la salud de Juan dio un giro. Una tarde se puso muy mal. Su madre lo llevó inmediatamente al Hospital Militar de Tolemaida, pero allí le dijeron que solo tenía una simple gripa y lo mandaron de vuelta a casa. María veía que no mejoraba, así que volvió a llevarlo sin mejores resultados. Así pasó un par de veces, hasta que otro doctor lo revisó y se dio cuenta que Juan estaba contagiado del virus del Dengue, que es una enfermedad transmitida por mosquitos.

El médico al verlo, inmediatamente y sabiendo que allí no tenían los recursos para llevar el caso, ordenó transmitirlo al Hospital Militar de Bogotá, donde podrían tratarlo mejor, ya que sus problemas respiratorios hacían que cada vez se pusiera peor, pues estaba reteniendo líquidos y se estaban esparciendo por todos sus órganos vitales. Su cuerpo estaba empezando a hincharse.

Al llegar a Bogotá Juan perdió el sentido y entró en estado de coma. Estuvo una semana en cuidados intensivos. Los médicos, se contactaron con sus padres para que le llevaran pañales y cremas. Cuando llegaron, una doctora les comentó que en la madrugada, tuvieron hacer una transfusión de plaquetas de emergencia para salvarle la vida.

En este punto, los médicos no daban ni la más mínima esperanza. Las únicas palabras que salieron del doctor que llevaba el caso fueron: “A veces, son apenas unos minutos los que marcan la diferencia entre la vida y la muerte. Independientemente de la religión a la que pertenezcan péguense de Dios y oren mucho, porque será lo único que podrá salvar su vida, nosotros hemos hecho todo lo posible”.

Fueron cuatro largos días, de llorar, orar y no perder la fe, Juan había despertado del coma,  pero se encontraba sin movilidad, estaba muy débil, no podía ni sostener su propio cuerpo.

Luego de mucha terapia y de pasar bastante tiempo recuperándose en una habitación de hospital, Juan fue volviendo a ser el mismo. Con cuidados extremos volvió a casa. Sin embargo, cada vez que salían a dar un paseo o Juan corría mucho, sus pulmones no aguantaban lo suficiente, se ahogaba y volvía a tener episodios de asma.

Su infancia no fue como la de cualquier niño, fue muy difícil, pero a medida que fue creciendo sus defensas aumentaban, su condición física mejoró, empezó a salir a jugar con sus amigos. Hoy 13 años después de aquel acontecimiento, se puede decir que Juan lleva una vida tranquila y el asma ha desaparecido casi que por completo.

Correr, comer helado, ir a piscina ya son actividades que puede disfrutar Juan, para él la libertad está en el aire, en ese aire que inhala y exhala cada vez que recuerda que con amor todo se logra, hasta la vida.

*La foto de Juan ha sido publicada con autorización de sus padres.

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