Más allá del oficio de tanquear

Tanquear también es símbolo de estudiar para realizar la profesión de manera correcta  

 Por: Lina Vanessa Sánchez Ramírez 

Las operarias de gasolinera son trabajadoras que generalmente pasan inadvertidas por los usuarios que utilizan este servicio, pues el cliente esta fijamente concentrado en la máquina que genera el combustible y poco le interesa esa persona que está ofreciendo esta importante labor. Por eso, en el camino de buscar historias encontramos a una de estas mujeres que diariamente permiten que la movilidad desde este punto de servicio fluya en las ciudades. 

Al caer la noche, una estación distribuidora de marca nacional fue la estadía hasta el amanecer, está ubicada en un punto intermedio entre dos centros comerciales al norte de la ciudad de Ibagué. El reloj tocó las 8 de la noche y empezaba el turno de una operaria de la edad de 55 años, la cual fue la cómplice que aceptó acompañarla en su horario de trabajo, con los previos permisos de sus superiores. 

Mientras realizaba su labor, las palabras fueron fluyendo en una agradable conversación, en donde el transportase al pasado nunca había sido tan fácil en su historia como bombera de gasolina. En medio de un tinto para el frio relataba que desde hace 20 años había llegado a la ciudad musical de Colombia, gracias a un familiar cercano que le hizo el contacto con una estación de servicio de distribución de gasolina, para así poder sostener a su familia desplazada por la violencia de un país que vale más la muerte que el bienestar de vida. 

A partir de las 11:00 pm, un radio empezó a sonar con las clásicas de Joselito para que el sueño fuera más pasajero, el flujo de trabajo era mínimo así que, con el fondo de la música las anécdotas de la operaria de 55 años Martha González empezó a ser escuchada por todos los trabajadores. Ella narraba que en los principios de este trabajo los llamaban bomberos, pero que ahora son nombrados vendedores de servicio. 

En medio de su memoria recordó cómo ha sido el proceso de aumento de los precios del galón, en 1998 un camión grande se llenaba con 1.000 y 1.200 pesos, a diferencia de hoy que se llena con 250.000 pesos, y eso si la gasolina es corriente; de ser extra podría llegar a 330.000 pesos.  

El ganar unos pesos colombianos no es nada sencillo, hay que rebuscarse turnos diurnos y nocturnos para tener por lo menos el sustento de la comida para los hijos que esperan con ansias verla en la alborada. El salario mínimo lo pagan quincenalmente, con prestaciones, primas, afiliación a salud y a fondo de pensiones. Los turnos son de ocho horas, por la mañana, por la tarde o por la madrugada, los rotan en esos horarios una vez por semana.  

Durante el mes asignan un día de descanso o por mucho dos. Antes pagaban horas extras, nocturnas o en festivo, pero ya abolieron ese sistema, aunque las propinas de los clientes ayudan a estabilizarse en el diario ya que en un día pueden ser de unos diez mil pesos. 

La tranquilidad de la señora González es transmitida en medio de su labor, entre risas su rostro denota signos de cansancio, pues realizan turnos promedios de ocho a diez horas, por lo tanto, la cantidad de trabajo es tan exhaustiva que taquean hasta cien carros en las horas en la noche, lo que equivale a vender más de 600 galones de gasolina. El dinero que han recibido se consigna unas tres veces en la caja, lo que permite que al finalizar las horas de trabajo se hacen cuentas para cuadrar, de esta manera nunca están con toda la plata en efectivo en un solo rollo. 

El manejar tanta plata ajena nunca ha sido tentación para su bolsillo, en ningún momento se le ha pasado por la cabeza coger algo para ella, afortunadamente, los principios de sus valores fueron enseñados por su familia boyacense para que la honestidad sea símbolo en lo largo de su vida, de modo que robar en la estación de servicio donde trabaja no es opción de dinero para su casa. 

Esa noche el tiempo seguía corriendo y el trabajo aumentó llenando uno a uno el tanque de gasolina de los vehículos. Mientras se surte la gasolina, la señora Martha busca esos recuerdos de cuando recibió formación en el llenado de la cisterna y el manejo de la estación de servicio, lo cual le permitió conocer el producto y los riesgos que representa. Además, obtuvo el aprendizaje del servicio al cliente, debía seguir un protocolo que consistía en comunicar a cada uno de los usuarios que está prohibido el uso del celular y de fumar. 

A lo largo de tantas historias llegó el momento de la práctica para enlazar las vivencias en la estación de gasolina en donde se debe tener en cuenta que son espacios de riesgo.  En donde se almacena el oxígeno no puede haber grasa, puesto que la grasa con el oxígeno puede tener una reacción química que genera un incendio importante porque tienen un material altamente de combustible y con cualquier chispa se puede incendiar muy rápido. 

Después de cuatro horas de acompañamiento en unas buenas charlas con doña Martha, las palabras quedaron en el olvido al observar el ingreso de vehículos remolcados. La señora González corre desesperadamente hacia ese punto de la estación, intercambia conversación con el conductor y el carro vuelve a salir de la gasolinera; confundida un poco por la situación, llega con un documento firmado por Luis Pestana, presidente de la Asociación de Gasolineras de Oriente (Asogas), el cual se refiere que, en conjunto con el Estado Mayor de Combustible de la entidad, acordaron reglas para el suministro de carburantes. El acuerdo, escrito en ese documento, ordena que debe existir un distanciamiento de 200 metros entre los vehículos que se encuentren en las estaciones de servicio, evitar el ingreso de vehículos con fallas o remolcados, evitar la aglomeración de personas y carros en las islas de llenado, la prohibición de uso de equipos de telefonía y la incorporación de personal calificado para manipular los surtidores. Los propietarios de las estaciones tomaron esas decisiones y deben cumplirse al pie de la letra. 

Sin embargo, en la oscuridad de las 3:00 a.m. se encontraban bastantes vehículos aglomerados en la estación, sobre todo de busetas que entregan también su turno. Doña Martha sostiene que “los conductores también deben hacer su aporte, es un tema de educación”, pues expresa que “literalmente aquí hemos tenido que pelear con la gente porque cuando llegan al lugar les da por usar el teléfono. La regla dice que tienen que apagar el carro y no lo hacen, no esperan a que llegue la persona a surtirles el combustible y algunos de ellos mismos operan la máquina. Los ciudadanos deben tener educación y pensar que por su mala práctica pueden ocasionar una tragedia”.  

Dos tazas de café fueron la bebida para ultimar una noche de trabajo, la fortuna de que Martha González fuera una buena conversadora permitió que la aventura gasolinera se determinara por una enseñanza jamás vista. El turno terminó con un descuadre en $20.000, por lo tanto, tocó completarlo de su propio bolsillo. La señora Martha con su positivismo sigue brillando como una de las mujeres gasolineras más productivas de la nación. 

 

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