Arnulfo sabe que la tragedia siempre tiene un amanecer

Huir y empezar de cero, esa es la historia de muchos colombianos que son víctimas de la violencia.

Por: Vanessa Henao Benítez

Algunos días las personas simplemente nos sentimos diferentes. Hay como con un “sin sabor”, sin motivo alguno; así se sentía Nelly desde que abrió los ojos y se dispuso a hacer el café, muy temprano como acostumbraba, a las 4:30 a.m. Ella era una mujer joven, solo tenía 30 años, madre de cuatro hijos; tres hombres y una mujer: José Carlos, el mayor; Yamith, el segundo; Martha, la tercera; Jorge, el menor. Su esposo era Arnulfo, un importante agricultor de San Jacinto del Cauca, un hombre muy querido y respetado, correcto y dadivoso.

Nelly luego de haber conversado con su esposo, se bañó y se dispuso a realizar las labores del hogar; preparó el desayuno y alistó a sus tres hijos mayores para enviarlos al colegio. Arnulfo cuando no estaba de viaje, acostumbraba a irse muy temprano para El Chuzo, una de las fincas que tenía y que estaba muy cercana al pueblo, a 7 minutos en moto aproximadamente.

Esa mañana Nelly se quedó únicamente con su hijo menor, Jorge. A eso de las 11, escuchó un lamento muy fuerte afuera de su casa, inmediatamente salió para ver qué sucedía. Judith, su cuñada, prima y hermana de crianza de Arnulfo, estaba empapada en llanto, no podía ni hablar. Habían secuestrado a José, uno de sus hijos. Era solo un joven de 27 años, universitario y muy atractivo, adoraba a los hijos de Nelly, sobre todo al mayor José Carlos, su ahijado. Judith refirió que unos hombres armados llegaron a buscar a su esposo Abelardo, pero al percatarse de que no estaba, se llevaron a José, que iba bajando justo en ese momento por las escaleras.

Todo el pueblo se conmovió con la noticia. De inmediato Abelardo, padre de José, viajó a Cartagena huyendo, mientras que Judith se quedó donde Nelly. Fue una tarde tenebrosa, llena de dolor y zozobra. En la noche los marranos que tenían en el patio chillaban, ya que al parecer los pellizcaban, para que Arnulfo saliera, era una angustia sin fin.

Lo peor vino al día siguiente, cuando en horas de la tarde se corrió un rumor en el pueblo: “van a secuestrar a Martica, la hija de Arnulfo”. Nelly y Arnulfo se angustiaron mucho, ambos estuvieron de acuerdo, en que la única solución era irse de San Jacinto. Empezaron a alistar todo, sin saber a dónde se irían, estaban decidiendo si entre Cartagena o Magangué. Arnulfo decidió Magangué, porque lo conocía muy bien y tenía familia. Al día siguiente migraron.

Abandonar el lugar donde habían vivido toda su vida les dolió en el alma. Arnulfo solo sabía llorar, su rostro reflejaba una tristeza profunda, estaba destrozado, su semblante era muy desalentador. Estaba acostumbrado a vivir en el campo, a pesar de que viajaba mucho, no cambiaba por nada ver el amanecer en su finca, y el famoso “atardecer de conejo” que sólo apreciaba perfectamente en la finca de sus amores: El Chuzo.

En Magangué llegaron y se hospedaron en un hotel aproximadamente una semana, mientras que Arnulfo encontraba una casa donde quedarse. Les tocó empezar de cero, pero a diferencia de muchas familias desplazadas por la violencia, ellos tenían una buena situación económica, así que no pasaron necesidades. Arnulfo regresó al pueblo a los 6 meses, cuando ya todo estaba más calmado, únicamente para arreglar unos asuntos referentes a los cultivos y a sus fincas.

De José no se volvió a saber más nada hasta el día de hoy, nunca apareció, a pesar de que su familia pagó dos rescates millonarios, Dicen por ahí que lo mataron el mismo día que lo secuestraron. Nelly y Arnulfo se radicaron definitivamente en Magangué, lugar donde viven hasta el día de hoy junto a su hija Marta. Como queriendo regresar el tiempo, de vez en cuando viajan a san Jacinto del Cauca y se hospedan en El Chuzo. No quieren olvidar que siempre hay un amanecer.

Serie: #CrónicaDeLosAbuelos

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