El vivir tiene más fuerzas que el balín

La muerte nunca es tan rápida para quien corre a la velocidad de la vida

Por Lina Vanessa Sánchez Ramírez

A través de sus ojos caramelizados se transporta al año del 1954, su mirada lucida y un poco nostálgica recuerda de aquel tiempo las palabras de su madre: “Nos vamos”.  En medio de muchos nervios  y preocupación, la pregunta fue: ¿por qué había que irse de las montañas donde su corazón había palpitado? La chusma, era lo único que podía dar respuesta a todo interrogante. Los cinco años de edad, tuvieron que ser suficientes para luchar y asumir la violencia de un país, donde el balín valía más que vivir.

Su padre, su madre y sus seis hermanos tenían tan solo unas horas para  partir del sudeste del departamento del Tolima, dejando su tierra en manos de las fuerzas paramilitares. Eran las cuatro de la tarde y  el atardecer se ponía en medio de los cerros, mientras su mamá desesperada alistaba costales sin cesar, para sobrevivir en la ciudad que nunca habían habitado.

Al pasar de las horas, la muerte iba cada vez más cerca buscando a quien volar las esperanzas de una vida en paz. Había llegado el momento de abandonar aquella casa grande con un buen campo donde jugaba con las gallinas, “eran mis amigas” recalca a través de su memoria al pasado. Ya todos estaban listos para iniciar desde cero la nueva vida que traería el destino, para una familia desplazada por la violencia.

En la salida de aquel lugar donde se enmarcaban los recuerdos, Ismael Caicedo, su padre, no admitió abandonar su finca. Se había esmerado por conseguir y trabajar en la cosecha  de diez años atrás. Sus ojos hechos agua traspasaban el sentimiento de abandono por la tierra que ardía en sus venas, por tal razón, el padre de seis niños decidió quedarse en la espera de lo que podía pasar en la noche.

La señora Laura, su madre, tuvo que tomar las riendas de esta compleja situación e inició rumbo de dos horas a pie con toda su camada de hijos. Mientras salían de su territorio, se toparon con todos los perritos del lugar. Con la nobleza de siempre, su madre decidió empacarle un perro en cada brazo a sus hijos, pues el corazón no aguantaría la tristeza de dejarlos desolados en medio del fuego que estaba por venir.

La inspección de La Aurora en el municipio de Cunday.

La inspección de La Aurora en el municipio de Cunday, fue el destino donde  sus pies al fin tacaron un suelo lleno de calma, dejando atrás lo querido a causa de la guerra. El pueblo es perteneciente al Tolima, donde las flores con su brillo opacan  la oscuridad del conflicto, el mismo que las dejó en una habitación deteriorada como única opción para ver la  luz al final del túnel. El recinto le había sido heredado un tiempo atrás, sin imaginar que algún día lo tendría que usar.

Al revivir el pasado un silencio hizo parte de la conversación; cayó en cuenta que vivía en la ignorancia de la niñez. 67 años después llegan a su memoria, las emociones de aquel momento, en el que se encontraba con una felicidad desbordante al conocer nuevas tierras, aún  sabiendo que su madre estaba afligida y preocupada al no saber de la vida de su esposo Ismael, quien corría un gran riesgo a perder la batalla contra el plomo.

Después de su inesperada llegada al nuevo hogar fuera de las cordilleras, su madre Laura comienza a caer en cuenta que no tenían nada para alimentarse, ni siquiera unos centavos para el masato. En ese preciso momento de la huida, su angustia no le permitió pensar en comida o vivienda. Se daba golpes en la cabeza al ver que no tomó las decisiones adecuadas a la hora de empacar. Se repetía una y otra vez: ¡Dios mío! ¿Pero qué hice yo? por qué no les  puse una gallina debajo del brazo a cada uno de mis hijos para qué por lo menos tuviéramos que comer, les puse un perro que es una carga más de comida.

A las doce de la noche, tal cual como  había advertido la chusma, pasaron por cada finca de la zona recogiendo a todo ser vivo que estuviera ahí,  para ponerles la muerte delante de los ojos y prender en llamas cada rancho construido en las diversas veredas. Su papá por hacer valer un sentimiento material casi pierde la vida, destaca con agradecimiento celestial que “fue un milagro” estar contando el cuento.

Mientras el señor Ismael Caicedo caminaba muy campante por sus cultivos de rosas, venía una moto grande con cilindraje de alta gama  que  se escuchaba desde kilómetros atrás, en este mismo instante fue donde su mente recapacitó  y se fue lo más pronto posible de aquel túnel de muerte, como le dijo su esposa que lo hiciera.

Entre su soledad y desespero de no saber qué hacer, pasó por el frente de sus oídos aquel sonido ardiente de un motor veloz; quienes iban manejando simplemente cegados  saludaron a Caicedo, no obstante, unos metros se devolvieron confundidos de no haberlo matado, por tal razón, regresaron a su granja en la que ya no lo encontraron y empezaron a buscarlo por todas las salidas que tenía el lugar.

Ismael  no dudó en saber que ellos eran la muerte en vida para llevar su cuerpo y verlo bajar por el rio. No faltaron pies para correr por su vida en medio de los matorrales, se calcula que fue una hora corriendo a la velocidad de la luz para que la oscuridad del balín no lo alcanzara. Esta fue una de las madrugadas en el que se definía si la tumba sería su próximo destino o la vida sería su punto llegada.

Gladis Caicedo aún recuerda el día que tuvieron que salir de su finca. Ella, sus hermanos y sus padres le hicieron el quite a las balas.

En esta ocasión, las ganas de sobrevivir fueron acompañadas por la fuerza divina de encontrar a su familia para estar unidos durante esa violenta época. Pasados seis meses, llevaron a todas las familias desplazadas a observar cómo sus casas estaban siendo quemadas, solo se veía el humo que tapaba la esperanza de algún día volver a donde su espíritu pijao nació.

Esta es la historia de Gladis, aquella niña de cinco años que luego se convirtió en la profesora, la esposa, la madre, la abuela de la ciudad de Ibagué. Junto con su familia tuvo que superar el balín para poder vivir el propósito que tenía Dios en su camino. Hoy con el peso de los años y a pesar de  la dura situación vivida, Gladis Caicedo recuerda las enseñanzas que le ha dejado la tragedia y que le permitieron convertirse en una valiente que superó las secuelas de la violencia.

Serie: #CrónicaDeLosAbuelos

Foto de la aurora tomada de http://lauroracunday.blogspot.com/

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