Toda una vida arrepentido

Aquel hombre joven y de vestimenta elegante había jurado ser leal hasta la muerte, pero falló ante la presencia de otra bella dama.

Por: Valentina Bernal Vargas       

Alrededor del tiempo el matrimonio ha sido un tema de muchas suposiciones. Unos lo apoyan y otros lo rechazan. Generalmente, hay quienes dicen que para bien o para mal las personas que se casan cambian, dejan de ser quienes son y de tenerse como prioridad, básicamente pasan de la libertad a la sumisión.

Muchos creen en los finales felices y en el poder de un amor eterno y leal. Ellos empiezan a darlo por la otra persona, desplazan sus sueños para hacer realidad los de ella, protegen y conservan el lazo que han construido juntos a lo largo de los años. Ellos mismos prometieron viajar, visitar nuevos lugares, recorrer cada rincón del planeta con una mochila en la espalda y con las ganas de explorar lo hermosa que es la vida. Pero en esta historia todo lo imaginado se truncó. La infidelidad hizo presencia.

Por desgracia, los cuentos de hadas no existen y esta no fue la excepción. Él es Julio y en el año 1967 por culpa de la tentación, un 25 de mayo se desplomó aquel edificio llamado familia, lo derrumbó tan abruptamente como a las mismas Torres Gemelas. Pero aún con los ladrillos rotos frente a sus ojos, se cegó y solo descubrió que lo había perdido todo cuando luego de unos años su salud pendió de un hilo. Y ahí entendió que aquella mujer a la que él le había hecho tanto daño, iba a ser la única que lo acompañaría hasta su último respiro.

Julio Cesar Bernal y María Teresa Torres fueron una pareja repentina. Se conocieron una noche en una fiesta, en donde tomaron la decisión de ser novios cuando solo tenían 15 y 17 años. Su noviazgo fue maravilloso, claro que tuvieron sus altibajos, pero era mejor a como lo pintaban en la televisión. Sin embargo, el acuerdo del matrimonio se aproximó y en un abrir y cerrar de ojos, esta pareja ya estaba disfrutando de la luna de miel en Girardot, teniendo una vida de ensueños, o eso creían.

En tan solo seis días de su llegada, aquel hombre joven, pulcro, de cabello oscuro y de vestimenta elegante, el mismo que había jurado ser leal hasta la muerte, falló por primera vez. En el momento en el que apareció otra hermosa dama con cabello rojizo y ojos azules como el mar, dudó, y a la misma velocidad cayó. Mi abuela Teresa nunca sospechó, pues tenía la fe puesta en su relación. Ella creyó cada una de sus excusas. Él decía: “me voy de viaje”, “tengo que ir al gimnasio” o “tengo un evento de la empresa”. Siempre fue igual. Ella inocente lo esperaba cada noche en ese sofá viejo que habían heredado cuando decidieron vivir juntos. Calentaba su comida con la esperanza de que llegara temprano para cenar en su compañía, pero tardaba tanto que en medio de su soledad quedaba completamente dormida.

Esa fue su rutina diaria por mucho tiempo hasta que lo supo todo. Con sus propios ojos ante una habitación oscura, presenció a su “príncipe azul” con una princesa que no era ella. Su corazón se destrozó en mil pedazos, su garganta tenía un nudo en medio, la cabeza solo le daba vueltas y de aquellas enormes ventanas cafés brotaban mil lágrimas por segundo. Nunca encontró palabras para describir ese sufrimiento, pero rogó a Dios para que la iluminara y para que le permitiera perdonar.

Fue ese deseo el que hizo que una vez más sus vidas se unieran después de un año. Olvidaron todo lo que había pasado y comenzaron de nuevo. Para mi abuela quizá era una luz en su camino, pero para mi abuelo más que una oportunidad para reconstruir el amor perdido, fue una oportunidad para deconstruir esa confianza que ella le había brindado. Así es, no pasaron más de cinco meses de su reconciliación para que mi abuela Teresa notará que lo que se había hecho una vez, se repetiría por siempre…

Ese día lluvioso mi abuela no solo perdió al que parecía ser el amor de su vida, pues con él, también se fue su mejor amiga y con ellos, la ilusión de un matrimonio eterno y una amistad inquebrantable. Para ella “creer” ya no era opción, entendió que debía resurgir, que debía olvidar y que debía sacar a su familia adelante totalmente sola. No podía quedarse cruzada de brazos viendo cómo él se alejaba más y ella naufragaba en medio de la inmensa existencia.

Así pasaron los años, salió adelante, sus hijos crecieron y a pesar de que mi abuelo Julio no estuvo ahí en todo momento, desde lejos él sintió remordimiento y decidió volver solo. Con mi abuela fue indiferente, pero con sus hijos fue ese padre que añoro ser. Trato de recuperar cada momento perdido, creyó que con dinero y estudio compensaría todo el daño causado, pero por más esfuerzos, nada volvió a ser igual.

Él envejeció prácticamente solo. Sin embargo, sus cinco hijos siempre estuvieron pendientes y mi abuela cada noche en silencio oró por él, por su salud y por su felicidad. Pocas veces lograron reunir a toda la familia, pero por los vuelcos de la vida, pasaron de verlo tres veces por año a verlo cada semana tendido en una camilla de un hospital.

Su rostro cambió, su cuerpo se fue deteriorando, su ánimo jamás volvió a ser el mismo, y la preocupación de todos cada día aumentaba un poco más. El 12 de marzo de 2020 a mi abuelo le descubrieron una enfermedad autoinmune. Todo estalló de inmediato, el silencio y el llanto fueron los protagonistas de este capítulo y en vez de recibir buenas noticias, cada mes el doctor nos recordaba el poco tiempo que le quedaba de vida.

Esos cinco hijos, que en una época había abandonado y esa mujer a la que había defraudado tantas veces, lo acompañaron en todo su proceso y le tendieron la mano con su perdón en ella. Entre ellos se turnaron los días de la semana para visitarlo, pero mi abuela, ella nunca faltó a ninguno. El amor le pudo más que el dolor y la necesidad de cumplir la promesa del altar le ganó a los pecados que habían roto su corazón.

Poco a poco, todos veíamos como mi abuelo desmejoraba. Lo que no sabíamos, era que a él solo le bastarían unas palabras para empezar a recuperarse. El 28 de noviembre del mismo año, entre el llanto, los suspiros, el arrepentimiento y la culpa, en medio de aquella habitación vacía con olor peculiar y con un frío descomunal, logró verla de nuevo a los ojos luego de tantos años. Se arrodilló frente a ella y le suplicó que se lo dijera. Mi abuela teresa lo abrazó tan fuerte como para que él sintiera su compañía. En ese momento desde el fondo de su alma y al oído de mi abuelo, ella dijo: Te perdono y estaré contigo hasta que la muerte nos separe.

Serie: #CrónicaDeLosAbuelos

 

Créditos fotografías:
María Teresa Torres De Bernal: Esposa del personaje principal (Julio)
Martin Mauricio Bernal Torres: Hijo del personaje principal (Julio)
Sandra Inés Bernal Torres: Hija del personaje principal (Julio)

 

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