Nunca quise ver a nadie morir

Varios amigos, conocidos o cercanos se fueron durante la pandemia para nunca regresar. A pesar que se sabía, la gran mayoría pensamos que la muerte no tocaría la puerta de nuestras familias.

Por: Juan David Sarmiento

La vida es una constante ruleta de sensaciones, emociones y sugestiones. Muchos han tenido la fortuna de haber sido criados en casa de sus abuelos, es increíble que este lugar tan cálido como una tasa de chocolate, puede hacer recordar las millones de sonrisas de cuando se era solo un niño, y aún más sorprendente, cómo ese mismo lugar puede dar la peor sensación y experiencia de la vida. A veces hay casualidades lindas y casualidades trágicas, pero al fin y al cabo casualidades, quizá era el destino estar allí en ese momento para ver morir a una de las personas que más se ama.

Como si se tratase de un día normal, Juan se levantó el miércoles a las 7:30 de la mañana, tomo su bata color azul rey y se puso sus pantuflas de super héroes, se dirigió a la cocina a prepararse un café. Él toda la vida ha sido fanático de esta bebida ya que lo despierta y le da energía para comenzar su día. Se tomó su manjar caliente y se dispuso a empezar su clase en línea.

Sobre las 8:15 de la mañana, un fuerte ruido invadió el cuarto de Juan, era su hermana agitando con gran fuerza la puerta de su habitación. Por el aspecto de su cara se notaba bastante preocupada, Juan iba a preguntar qué sucedía, pero antes de poder decir una palabra ella exclamó: “mi abuelo tuvo un infarto, pero está consciente” Él, sin pensarlo dos veces se levantó, se puso una ropa que había utilizado el día anterior y emprendió camino hacia la casa de sus abuelos.

Aquel trayecto fue eterno, a pesar de vivir a solo unas pocas cuadras, con cada paso Juan sentía mayor temor y ansiedad. Por su mente pasaban todos los recuerdos con su abuelo y lo invadía un sentimiento de culpa ya que, a pesar de tenerlo tan cerca, pasaban semanas sin visitarlo y aún peor, sin una llamada al teléfono, salvo el jueves pasado. Aquel día duraron hablando varios minutos, llevaba bastante tiempo que no lo llamaba siquiera para preguntar cómo se encontraba. Aceleró el paso y luego de ocho minutos caminando al fin llegó.

Tal cual como estaba en su mente, en sus recuerdos de niño, esa casa imponente de tres pisos con ladrillos brillantes lacados y su jardín con baldosas rojas, estaba frente a él, solo hacía falta timbrar, y algo tembloroso, así lo hizo. Como las campanas de la iglesia sonando a medio día, sonó ese timbrazo, fuerte y profundo, con un eco nunca antes percibido. No pasó mucho tiempo para escuchar unas fuertes pisadas provenientes del interior del recinto, y seguido de esto, se abrió la puerta a una velocidad anormal.

Su abuela, estaba del otro lado de la puerta y fue quien le dio el ingreso; juntos corrieron a la habitación del matrimonio que quedaba en el segundo piso de aquella casa, un lugar que era testigo de sus sonrisas de niño y de sus juegos alegres, ahora estaba fría y desolada, se sentía sin vida, esos colores blanco hueso de las paredes que le daban elegancia, la hacían sentir más vacía.

Eran 18 escalones del primer al segundo piso y pero como si hubieran dado solo dos pasos llegaron a aquella habitación. Juan abrió la puerta con delicadeza al mismo tiempo que con prisa. Allí donde vio a su abuelo en la cama doble con acabados antiguos retorciéndose del dolor, mirando con cierta impotencia por no poderse levantar.

José, el abuelo de Juan, siempre había sido una persona muy activa, por eso estar en esa situación era frustrante. Se acercó lentamente a su abuelo, lo tomó de la mano y expresó que saldría de esta situación mientras de fondo se podía escuchar la voz de su abuela hablando con los médicos que ya venían.

Fueron minutos perpetuos. Juan nunca había vivido una situación igual y menos con una persona tan cercana a él. Intentando ayudar, el nieto, trataba de hacer respirar a su abuelo con tranquilidad, le daba pastas para alivianar lo dañino de aquel infarto. Luego de unos segundos, Don José tomó la mano de Juan y le sonrió. Entre susurros le dijo gracias, cuídalas. Poco a poco fue debilitando el agarre de la mano de su nieto. Desesperado, Juan empezó a llorar y casi como un acto sincrónico, llegaron los paramédicos que rápidamente lo hicieron salir de aquella habitación con aroma a colonia amaderada.

El tiempo se pasó con gran velocidad, en un abrir y cerrar de ojos los médicos salieron de la habitación con una cara no muy favorable, traía una triste noticia: Don José había muerto. Tristemente la emergencia sanitaria que vivía el mundo entero había llegado a aquella casa, arrebató la vida de aquel anciano de 82 años. Fue un extraño episodio, un instante de tristeza y tranquilidad. Juan agradeció a la vida por haberle permitido estar junto a su abuelo en ese momento de alucinación. Finalmente, se dio cuenta que partía a una de las personas más amaba.

Serie: #CrónicaDeLosAbuelos

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *