LA VIDA ES A “CONTRARRELOJ”

Trabajar en una ambulancia no es algo pasajero, es una labor que marca tu vida por siempre, la sonrisa del paciente y la lágrima del familiar permanecen siempre en la memoria. 

Por: Daniela Cárdenas Criollo 

“La vida es un segundo, todo pasa muy rápido, en esta profesión, los minutos y el tiempo cuenta, cualquier momento puede costar la existencia de una persona y la tranquilidad de una familia”, comenta Santiago, conductor de una ambulancia del Hospital Universitario San Rafael, donde diariamente se reporta el ingreso de un gran número de heridos, pacientes en busca de exámenes y también personas que, al llegar al centro médico, no tienen signos vitales. 

Santiago, un joven de 23 años, debe cumplir con un horario de 12 horas, o a veces de 24 horas. Su rutina consiste en trabajar 12 horas seguidas y descansar el mismo número de horas. Casi siempre, por decisión de los otros compañeros, el conductor tiene el turno de la mañana.  

Los accidentes se presentan en cualquier momento y no tienen un horario en específico. Sin embargo, las horas pico y los fines de semana en la noche, son los horarios que presentan mayores índices de accidentes de tránsito, riñas y momentos que requieren de atención médica.  

En la ambulancia deben estar el médico, un auxiliar de enfermería y el conductor, quien debe tener conocimiento de primeros auxilios, soporte vital básico, curso de operación de vehículos de emergencia, atención a víctimas con ataques químicos y código blanco, que son víctimas de violencia sexual. 

Pese a que le gusta mucho su trabajo, comenta Santiago que a veces le da miedo por su pareja, su familia, incluso por sí mismo. “Aunque también pienso mucho en aquellos que están ahí en la calle y que por alguna imprudencia mía se accidentan los peatones, los motociclistas e incluso los mismos conductores de carros o buses. Hay que dejar el paciente ya, no tengo otra opción, debo manejar demasiado rápido, entonces, eso influye en que sea atravesado e imprudente. La gente siempre será mi mayor miedo”.

Afuera del hospital, algunos paramédicos hablan, se cuentan sus historias, y toman mucho tinto, son casi que dos por hora. Algunos fuman cigarrillo, otros organizan la ambulancia o llaman a sus familias. Todos al final del día son iguales, personas que ponen el corazón para hacer su labor con tanto amor, y siempre con el pensamiento de que, en cualquier momento, ellos, podrían ser los pacientes.

Los paramédicos tienen una ley de oro, si una ambulancia va transitando por algún lugar y se encuentra con algún accidente, deben ayudar con los primeros auxilios. Solamente hay excepción, si en la cabina hay algún paciente. No importa si son ambulancias del SOAT, de la línea 123 o, si son de servicios secundarios, esto es una ley que firman quienes ingresan a ser trabajadores de la salud. Esto no es fácil para ellos, es muy estresante y algo incomprensible, pues en Bogotá se puede encontrar un accidente en cualquier esquina. 

Relata Santiago que nada da espera. Un día, tratando de mantener con vida a un paciente, dejó la ambulancia parqueada en la entrada de un hospital que no le quiso dar ingreso, sin embargo, no tuvo éxito, el niño de 2 años de edad que llevaba falleció convulsionando. “El hospital no me daba ingreso porque, según ellos, no estaba en la lista de prioridad y debía esperar el ingreso por otra zona. No me importó, dejé la ambulancia ahí parqueada con puertas abiertas, encendida y corrimos a auxiliar al pequeño, lastimosamente falleció y, a veces, casi siempre que tengo algún caso complicado, pienso en que nunca volvería a dejar pasar lo mismo, se me destrozó el alma”, recordó aquel paramédico con la mirada baja. 

Este trabajo es una carrera contra el tiempo y la vida, contra todo lo que se interpone y que puede costar la existencia en este mundo. La vida es demasiado pasajera y la de aquellos paramédicos que son héroes y esperanza de muchas personas, aún más. 

En la cotidianidad, se han creado diferentes teorías que involucran la buena fe de los paramédicos, del personal de la salud y sobre todo de las ambulancias. Para muchos, la guerra entre las ambulancias existe, según, porque lo han visto y se puede evidenciar como se botan hacia el paciente para “ganarlo”. 

Las ambulancias que cubre el SOAT son un índice de pelea, pues en medio del paciente y del accidente hay dinero, ya que el hospital que atiende al paciente se ve beneficiada del pago que realiza la entidad. En la salud también juega un papel muy importante el dinero. 

En este trabajo hay mucha calidez humana, la mayoría de los trabajadores saben que su profesión no es normal, que trabajan con la vida y que se debe de tener en cuenta que los conductores y los tripulantes conocen las reglas, saben que existen, “estamos expuestos a todo, a los choques, a llegar tarde y también a ser los culpables si pasa alguna situación con nuestro paciente” asegura Santiago. 

“Los tripulantes, los conductores y los paramédicos somos sancionados por muchas infracciones, hay que aceptarlo”, afirma Santiago a las afueras del Centro Médico Colsubsidio. Han llegado a tener sanciones por circulación en carriles exclusivos para el transporte público, sin tener pacientes en cabinas ni la urgencia de una emergencia, o infracciones por no llevar luces y también por exceso de velocidad sin atender un paciente.  

Al final del día, Santiago vuelve a casa, con la esperanza de que la mañana siguiente sea mejor, que su trabajo sea leve y, no por la carga que puedan traer los días difíciles, sino por la vida de los pacientes. “Por mí que todos se sanen, al entrar a la cabina quisiera que pudiéramos salvar la vida y la salud de todos” dice, mientras su familia lo recibe en casa. 

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