Viviendo entre fuego y miedo

Día a día Patricia vivió un infierno por culpa de una persona que jamás imaginó, confundió una enfermedad con un mal al que estaría condenada.

Por: María José Camargo Benítez

“Es mejor morir que seguir sintiendo este dolor” así lo expresó Patricia mientras derramaba sus lágrimas de sangre. En sus ojos se notaba la tristeza y el espanto que tenía. Al llegar la noche, arrodillada al borde de la cama, suplicaba mirando al cielo no sentir más ese tormento. Al acostarse se quedaba dormida con el miedo de no amanecer viva. Para ella, cada segundo que pasaba, se alimentaba una bomba de tiempo que tarde o temprano estallaría.

Quién creería que aquel 15 de septiembre sería el momento donde la pesadilla comenzaría. Ese día, en lo más escondido del departamento de Boyacá, Patricia se encontraba con su familia. Era una razón para estar feliz y tranquila, pero a medida que se acercaba la noche fría y oscura empezaba su desgarradora tortura. Era el amanecer y sentía un ardor recorriendo su pecho, tan intenso como un volcán en erupción. Sin embargo, hizo caso omiso a esa señal.

Poco después de considerar una enfermedad, visitó una y otra vez a diferentes médicos. Se le iba toda la tarde esperando que alguien tocará su puerta o que sonará su teléfono teniendo una respuesta alentadora, pero una vez más, ella falló en su espera. Pasaron las semanas, no se aguantó más ese sufrimiento llamado incertidumbre, ese mismo que minuto a minuto le llenaba el deseo de quitarse la vida. Por eso terminó visitando un lugar insólito.

Llegó en medio una noche helada, con el frio los cuervos se congelan en pleno vuelo antes de caer estrellados contra el suelo. Unas paredes negras como la maldad oscura del infierno fue lo primero que observó. Las ventanas estaban empañadas por la neblina de las tinieblas y sus puertas tenían arañazos tan profundos, como los que sentía Patricia en su alma. Esa casa, revelaba un ambiente sombrío y malicioso, guardando en cada rincón un secreto que ni un osado guionista se atrevería a contar.

Al entrar al lugar, la esperaba un misterioso hombre. Solo se veían sus ojos y sus manos. Patricia, una vez estando frente a él, vio que sus ojos eran dos ventanales donde se podía ver su alma maligna y opaca. Este hombre nunca dijo su nombre, lo único que mencionó, fue que detrás de la casa se encontraba un lago y que en su reflejo, estaría la respuesta a todo el sufrimiento por el que Patricia estaba atravesando. Solo tenía que buscar allí de manera cuidadosa y minuciosa.

Así fue, Patricia se dirigió a la parte de atrás, y una vez ya ubicada frente al lago, se inclinó para ver más de cerca.  El aliento de la luna sopló fuerte sobre el agua del profundo lago tenebroso, mostrándole en el fondo, un muñeco con la cara de ella y con múltiples cortadas, en ese instante, sintió una brisa tan fría que casi congelaba su sangre.

Ella lo entendió todo, no se trataba de ninguna enfermedad, se trataba de una brujería. Ya podía explicarse porque el extraño dolor en su cuerpo y el desesperante e intolerable ardor en su pecho. Lo que ahora faltaba era saber quién era la persona capaz de cometer semejante acto tan atroz.

El secreto que tenía guardado estaba a punto de descubrirse. Entre bien y mal, luz y oscuridad, cielo e infierno, no hay nada que se pueda ocultar. El brujo revelaría quién quería destruir la vida de Patricia, pero solo con la condición: por encima de todo debía estar la fe y la devoción de ella para poder perdonar. Al rato de un tiempo, y de sentirse liberada y en paz, Patricia prometió cumplir esta condición. El brujo habló, le reveló que había sido Rebeca, su hermana mayor.

Devastada, traicionada, y derrumbada, Patricia entró en llanto, sin poder creer que su propia hermana sería capaz de tan semejante acción. Lo prometió y lo cumplió. Patricia la perdonó, no sin antes pedirle una explicación, a lo que Rebeca contestó: -”No podía permitir que tú fueras superior a mí, mi corazón se llenó de rabia y quería verte sufrir, pensé con furia y no con amor hacia ti, y por eso estoy condenada a no querer vivir”. Acto seguido de esas palabras, Rebeca no pudo con la culpa, cogió un cuchillo, y se lo enterró en su corazón, esperando que sus latidos se fueran apagando, al mismo tiempo que se apagaban las llamas de ese infierno que le hizo sufrir a Patricia, su hermana menor.

Serie: #CrónicaDeLosAbuelos

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