Una partitura que cualquiera puede leer
“La música, desde tiempos inmemoriales, ha sido un elemento fundamental en la vida de las personas y en la evolución de la sociedad, hoy en día la industria ha cambiado ese concepto, alejando la música de su conexión con el sentir humano”
Por: Jeimmy Olivar, María Salcedo
A lo largo de la vida, en la historia de cada individuo, la música siempre está presente. Hablar de desarrollo intelectual sin armonías es como hablar de un escritor sin su pluma. La memoria cognitiva que se desarrolla a través de los sonidos es la más importante, o al menos una parte fundamental, en el crecimiento del ser humano.
Cada memoria tiene una historia musical de fondo; cada canción acompaña y le da sentido a una parte de la vida. La voz, los sonidos y la ausencia de ellos tienen el poder de crear un discurso significativo y simbólico, donde se logra interpretar y darle magia incluso al silencio.
Comprender el cambio abrupto que ha tenido la música es retador, porque se debe a una sociedad que ha crecido descomunalmente aturdida, dejando en el olvido el sentimiento y la emoción. Se ha perdido la magia que pregonaba Andrea Bocelli, quien decía que “La música es un lenguaje mucho más potente que lo verbal”. La historia que plasmaba una canción en la que se concebía una realidad propia se marchita como un cáncer que palidece el arte.
Con la armonía, la humanidad tiene una de las formas de lenguaje más vigorosas y potentes que puede existir; es una de las peculiaridades que distingue a la soberbia humanidad. Aquel resonar eterno de la música despierta en algunas almas inquietas interrogantes que florecen por una presunta pérdida del sentido musical, poniendo sobre la mesa preguntas como: ¿Cuál ha sido el misterioso papel de la música en el devenir de la humanidad? ¿Cómo promueve movimientos sociales? ¿Por qué sus acordes y ritmos se vuelven un poderoso agente en el proceso educativo? Y, ¿qué es aquello que la hace inmortal, trascendiendo generaciones y épocas?
No es necesario ni siquiera analizar más allá de las fronteras; basta con contemplar esta tierra de la que brotan grandes maestros, aquellos que componen letras encaminadas a que la música y el hogar sean uno solo cuando se trata de amar, aquellas letras con las que el gran profeta Jairo Varela afirmaba el anhelo de volver a ese pueblo natal que guardaba la infancia alegre que nunca olvidará.
¿Cómo imaginar a Colombia sin esos grandes de la música? No sería posible pensar en la Carranga sin “el carranguero mayor”, Jorge Velosa, quien abrió el camino de este género siendo pionero en él; la costa caribe sin la champeta; Cali pachanguero sin la salsa que ha hecho de esta ciudad la capital mundial de este género; el llano sin ese zapateo rebosante que es el joropo, o la cumbia bautizada como un himno nacional por cada colombiano.
Esta navegación en diferentes aguas procura seguir un horizonte para hallar las respuestas planteadas anteriormente, pero además pretende comprender cómo la música pasa de ser una idea individual a un movimiento colectivo, para finalmente perpetuar como legado en generaciones la inmarcesible vida de una canción.