La pandemia con una casa a cuestas
“Yo en muy pocas ocasiones lograba mis objetivos principales: el primero era enseñar a las personas a reutilizar sus residuos y el segundo vivir en dignidad, ya que mi único medio de sustento era esta actividad que ha sido marginada y excluida socialmente”
Por: Valentina Bernal Vargas
En medio de las calles vacías y las noches desoladas, entre el frío que abraza su cuerpo y los escombros que carga en su espalda vive José Alfonso Sáenz, un hombre de 58 años que ha dedicado su vida a una labor de trabajo que si bien brinda beneficios de naturaleza pública, social, económica y productiva, no es bien remunerada y se ha visto afectada alrededor de los años.
“Realmente yo aprendí a llevar mi casa a cuestas desde que tenía 11 años. Nací en una familia de recicladores y me crié sabiendo que a lo largo del tiempo tendría que sudar la camiseta para en algún momento poder sacar a mis dos hijos adelante, y así fue. Hoy en día, mi rutina no ha cambiado y a pesar de tener a mis hijos profesionales, cada mañana, tarde y noche, sigo mi ruta porque me gusta lo que hago y muy en el fondo sé que puedo ser un ejemplo para los demás”.
Don José, un hombre amable, servicial y dispuesto a ejercer su profesión con amor y humildad, hace más de 46 años recorre las calles de Bogotá con la esperanza de brindar una mejoría al medio ambiente y a las próximas generaciones. Sin embargo, él afirma que es un trabajo arduo, y así su esfuerzo físico y mental fuera exigente, siempre había días más difíciles que otros.
“Yo en muy pocas ocasiones lograba mis objetivos principales: el primero era enseñar a las personas a reciclar sus residuos y el segundo vivir en dignidad, ya que mi único medio de sustento era esta actividad que ha sido marginada y excluida socialmente, además de ser una de las más competitivas, lo digo porque en tan solo 50 cuadras recorridas era posible llegar a encontrar 200 o más colegas realizando la misma labor, pero una cualidad mía es que soy muy persistente, entonces nunca dejaba la fe a un lado y siempre me encomendaba a Dios”.
En la ciudad de Bogotá afortunadamente existen organizaciones como la UAESP que son quienes garantizan la prestación del servicio público de aseo y de igual forma contribuyen al registro de los recicladores de oficio que están afiliados a diversas empresas, brindando apoyo a esas organizaciones e invitando a los demás recolectores para ingresar al Registro Único de Recicladores de Oficio. No obstante, es evidente que el hábito de reciclaje en las casas no está siendo impulsado, en vista de las cifras publicadas por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Bogotá, donde informan que diariamente se producen 6.300 toneladas de basura, pero de estas solo se aprovechan entre el 14% y 15%; por lo mismo, muchos se rehúsan a ser partícipes de estas organizaciones y prefieren mantenerse totalmente independientes.
La mayoría de nosotros los colombianos no le damos la importancia suficiente a la separación de residuos, complicando no solo el oficio de los recicladores como José Alfonso, sino también, elevando la crisis en los rellenos sanitarios que colapsan de basura por la falta de espacio. Este es solo uno de los innumerables problemas que envuelven al reciclaje en todo su esplendor, sumado al hecho de los riesgos que enfrentan diariamente los recicladores, los bajos ingresos, las afectaciones de salud y la llegada del Covid-19.
“Sinceramente puedo decir que a pesar de todas las complicaciones, me he podido desempeñar bien en el lugar en el que me pongan. Ahora estoy aquí en Granada Norte, pero hace un tiempo trabajé en un botadero, hay mucha diferencia entre ambos y prefiero mil veces el botadero, pero este es el lugar en el que debo estar y en el que me quedaré hasta que mi misión se cumpla. Además, en la calle a veces hay gente muy amable que se acerca y te brinda un vaso de agua, una propina o te colabora con cualquier cosa”.
El señor José Alfonso confirma una vez más que su trabajo es uno de los más desgastantes, por lo menos mientras es realizado en las calles. Los recuperadores primarios se ven enfrentados día tras día a la búsqueda de basura, al esfuerzo de caminar, a la contaminación, a la individualidad y a la posibilidad de no poder encontrar nada que funcione para recibir unos “simples pesos”. Mientras que cuando ejercen dentro de un botadero, la basura está mejor seleccionada gracias a la recolección urbana que realizan sus colegas, también llega más variedad y tienen compañía de personas que al igual que ellos, buscan llenar necesidades con objetos recolectados o compartidos entre los mismos trabajadores.
“Con el paso del tiempo te vas acoplando a tu trabajo y a todo lo que te tienes que someter, pero en medio de todo, la llegada de la pandemia fue un golpe muy duro para todos nosotros, pero duro de verdad”.
El Covid-19 supuso un cambio trascendental para toda la sociedad en mayor o menor medida. Esta colectividad se vio gravemente afectada, teniendo en cuenta que la única fuente de sus ingresos procedía de los escombros que separaban y vendían a diversas empresas, y que por el hecho de no poder transitar con total libertad en las calles esta estaba siendo interrumpida. “Fue complicado porque para poder evitar el contagio teníamos que seguir muchos protocolos que no eran revisados, pero igual uno trataba de cumplirlos por seguridad”, dice Don José.
La Alianza Global de Recicladores en marzo 17 de 2020, publicó un artículo en donde se expusieron las medidas y prevenciones para todos los que ejercen la labor de recicladores durante los diferentes ciclos por los que pasan: rutas de recolección, clasificación y aprovechamiento, sitios y fuentes de generación, hogares y demás espacios. Entre estas medidas se encontraban: uso obligatorio de tapabocas y guantes, lavado diario de uniformes, uso de alcohol y antibacterial, rotación de material, brigadas de limpieza y asistencia a capacitaciones. Esto mientras la ciudad no se encontraba en confinamiento total, porque cuando fue así muchos se vieron inmersos en condiciones críticas y precarias de vida.
“Cuando dijeron que todos debíamos encerrarnos me negué, yo decía: Hombre yo tengo que seguir trabajando, cómo voy a comer, cómo me voy a sostener, no me puedo quedar como un inútil acostado en una cama. Yo tengo un chuzito, pero a mí me gusta quedarme en mi zorro porque así cuando amanezca aprovecho desde el primer momento para trabajar, pero no, con mis hijos fue imposible, me obligaron a quedarme en una de sus casas dizque para cuidarme, pero no aguanté más de 3 meses, volví a salir, pero muchos de los que salían conmigo ya no estaban, unos tuvieron que dejar la ciudad, otros quedaron muy enfermos, pero al menos yo pude seguir haciendo lo que me gustaba, obviamente cuidándome de todo”.
Sin duda alguna, la vida de estas personas es una lucha constante, y no solo por el hecho de cargar con una responsabilidad en sus espaldas, sino por el entorno social al que se enfrentan. Durante muchos años se le ha visto al reciclador y a la basura como un mismo problema, se les ha desconocido su labor, su impacto y su visión de trabajo, cuando lo único que hacen es percibir en la basura una oportunidad y un medio para ganarse la vida honradamente.
Para muchos ha sido un escape, para entrar en ese mundo, en la mayoría de los casos es debido a las difíciles condiciones económicas, entonces no es simplemente recorrer las calles escarbando, es más luchar, construir y proponer alternativas que permitan un crecimiento personal y un beneficio para la sociedad en cuanto a la recuperación y protección ambiental.
“Y si, no ganamos lo justo, sobrevivimos a diario, tenemos poca salud, una vivienda que quizá no es la deseada, una educación que para muchos no es suficiente, pero no hay resentimiento, porque escoger la basura para nosotros es una opción, no una obligación. Simplemente pedimos que reconozcan nuestra importancia, que no nos rechacen y que nos empiecen a reconocer como lo que verdaderamente somos: personas que buscan salir adelante con la casa a cuestas”.