Cuando la noche brilla de fucsia
María Gabriela sabe que ejerce un oficio que trae consigo el rechazo de muchos, pero así alimenta a sus hijos, mantiene la salud estable de su madre y construye un mundo feliz para su familia, aunque su vida gire cada noche entre riesgos y tristezas.
Por: Eliana Jhiselt Restrepo García
Enfundada en una falda corta de color fucsia, una blusa blanca y con el pelo recogido en un moño muy apretado, Gabriela se mueve de un lado a otro gesticulando con sentimiento y sensualidad, acercandose a cada carro. Mientras el automovil recorre lentamente ella casi que con un susurro le dice al conductor “Hola cariño buenas noches, ¿estás buscando compañía?, ¿quieres un ratico, toda la noche, qué quieres? te ofrezco todo lo que quieras”. De sus labios brota mucha amabilidad para ofrecer sus servicios atrayendo clientes. Así logra que en la noche les vaya bien y no “blanquearse”.
Ella es María Gabriela Silva es una mujer de 43 años, la mayor entre sus compañeras y se dedica a este oficio de la prostitución desde hace más o menos 10 años en la capital colombiana. Cientos de trabajadoras sexuales ejercen siendo vulnerados sus derechos constantemente, no es un trabajo fácil. Esto definitivamente es una realidad en todo el mundo. Posiblemente es fácil juzgar desde afuera, pero sus familias están primero, para conocer las vidas con sus dramas y alegrías hay que escucharlas.
A pesar de todos los riesgos que corren estas mujeres, ya están acostumbradas, sin embargo “es bastante duro porque pues uno no sabe en qué carro se monte, quién es la persona”. En este oficio normalmente trabajan mujeres de 20 años en adelante, la mayoría lo hace por necesidad más que por gusto. Su manera de cobrar es por hora, toda la noche o solamente un rato, todo depende de cómo el cliente lo desee, pues muchas veces es él quien decide los términos del vínculo, es por esto que frecuentemente las chicas se sienten inseguras ante estas pretensiones.
Ellas por el sector en el que se encuenran cobran a una persona de 100 a 150.000 pesos colombianos, dependiendo del tiempo y del servicio. Grabiela comenta que trabaja todos los días, “tengo tres hijos, pago arriendo, pago servicios, comida, tengo a mi mamá enferma, entonces con esto ayudo para los medicamentos de mi madre”. En las noches deja a sus hijos solos, tiene una niña de 13 años que estudia y cuida a sus hermanos, de 8 y 7 años respectivamente.
Cuando cae la noche, Gabriela les dice que trabaja en un hospital y que sale a cuidar a los pacientes. Le da vergüenza que sus hijos o familiares la vean, porque según ella la creen una santa y la adoran. Ahora que está en este trabajo sus hijos no aguantan hambre como antes, “nos tocaba aguantar hambre, cuándo trabajaba en panaderías o cuando trabajaba en casas de familias porque no ganaba lo suficiente, si había para la comida no había para el techo, no había para los servicios, nos los cortaban. Mis hijos ahora viven felices y para mi la felicidad es ver a mis hijos felices, que tengan un plato de comida en una mesa, así me toque sacrificarme”, afirma.
Su esposo los abandonó cuando sus hijos estaban pequeños y ella dice que hasta mejor porque él la maltrataba, la violaba y hacía con ella lo que él quisiera. Está aquí en este trabajo porque una de sus compañeras le dijo una noche de ver su situación con sus hijos sufriendo, que fuera a trabajar en esto, pero afirma que “es duro, no es fácil estar acá, porque tú no sabes lo que uno tiene que pasar, aguantarse tantas cosas, a veces llevárselo a uno a una finca tres, cuatro hombres y quererlo coger todos y hacerle de todo a uno, estar con personas que a uno no le gustan, solamente por dinero”.
Su primera vez fue muy difícil, comenta Gabriela que “la primera vez fue duro porque me sentía sucia llegar a mi casa, ver a mis hijos, encerrarme en el baño, bañarme para tratar de quitarme todo lo que había pasado esa noche. Es muy duro”. Hay veces en las que les toca recibir personas que huelen feo, hacer cosas indeseables simplemente por dinero, para poder llevar comida a su casa.
Gabriela salió de un hueco, salió de un infierno con el papá de sus hijos y llegó a “otro hueco”, espera algún día salir pero no sabe cómo. “Que cuando voy a salir, no sé, me ha tocado duro, pero es la vida, la vida a veces le pone a uno pruebas y esto es una de las pruebas que me ha puesto más duras, por mis hijos, por mi mamá, por todo”, afirma Gabriela. No duda que si realmente tuviera la oportunidad de conseguir un trabajo mejor lo haría, pero no cree llegar a ganar lo suficiente para alimentar a sus hijos y cubrir todos los gastos que debe pagar.
A pesar de todo lo que vive Gabriela día a día, no piensa dejarlo por el bien de su familia y el de ella, pues está dispuesta a luchar para que sus hijos tengan un futuro mejor, tengan un plato de comida en la mesa, un techo donde vivir, de igual forma para poder pagar los medicamentos para su madre para que se sienta bien. No hay nada mejor que la felicidad de la familia. “Viera la felicidad de ver a mis hijos con un plato de comida, con un techo, con que ellos estén bien, eso es lo mejor que puedo ver todos los días”, finaliza Gabriela, mientras sigue caminando las calles en busca del próximo cliente.