Un trabajo que desafía los estereotipos

Las estaciones de gasolina están optando con mayor frecuencia por contratar mujeres. Aunque es una oportunidad laboral, también es un espacio de contienda donde el machismo es evidente.

Por Sofía Villegas Miranda

Era sábado a las 4 de la tarde. Caminaba por la séptima hacia el Parque de los Hippies, las grisáceas y espesas nubes que adornaban el cielo bogotano, acompañadas por el viento helado, advertían una fuerte lluvia.

Llegando a mi destino, empiezo a sentir en mi piel como si estuvieran cayendo agujas del cielo. Decido resguardarme en una cafetería no tan pequeña de una estación de gasolina justo al lado del icónico parque, caben dos pequeñas franquicias de reconocidos restaurantes, unos estantes con algo de galguerías y una caja donde pido algo de comer junto con una bebida caliente.

El lugar resultaba acogedor, y un buen escondite de lo que ahora eran gruesas gotas de lluvia que caían sobre Chapinero. Me siento en una mesa para dos, y algo llama mi atención a través de la ventana.

Para mi sorpresa y agrado, en la estación de gasolina, las tres personas que se encuentran trabajando allí, son mujeres.

No es un secreto que, a pesar de sus avances, Colombia es un país que conserva aún costumbres machistas, como adjudicarles cierto trabajo a los hombres. Este es el caso del trabajo que se realiza en las estaciones de gasolina, desde la perspectiva de muchas personas, ser operador en un lugar como este, es un trabajo para hombres.

Termino mi comida, y mi curiosidad me conduce a hablar con estas tres mujeres.

Me acerco a la primera mujer que encuentro desocupada, me presento como estudiante de cuarto semestre de Comunicación Social y Periodismo, y le cuento que me gustaría saber un poco más de su trabajo.

Es una mujer rubia, no aparenta menos de 40 años, aunque me dice que tiene 32, y a través de sus ojos del color de un cielo sin nubes, refleja un carácter firme, pero a la vez, tiene un toque de nobleza, que me permite sentirme cómoda con la primera palabra intercambiada.

‘’Llevo 4 años trabajando en la compañía, es una excelente empresa.’’ Empieza a contarme sobre su vida, y como su trabajo le permite también estudiar Finanzas y Comercio Internacional y ser madre de un niño de 9 años.

Aunque Colombia es un país en el que es difícil encontrar una oportunidad laboral que se ajuste completamente a las necesidades de la persona, Sandra no tomó este trabajo por obligación, sino por curiosidad. Disfruta su labor día a día, y aunque uno esperaría que tuviera al menos una anécdota por contar, para ella los clientes complicados no existen, pues todo depende del carácter que muestre frente a ellos.

Le pregunto sobre ser mujer en este trabajo, y si alguna vez había sido víctima de los estereotipos de género, a lo que me responde: ‘’En este trabajo realmente, le colocamos más pasión y más amor las mujeres que los hombres.’’ Para ella resulta satisfactorio demostrar que las mujeres también son capaces de realizar trabajos arduos.

Finalizo mi conversación con Sandra, y me detengo a observar la facilidad con la que agarra la pistola de combustible. Llena el tanque de gasolina de una camioneta negra, y aunque intercambia pocas palabras con el cliente, suena casi como un guion memorizado, aunque fluido.

Se acerca hacia mí, una joven de cabello castaño lacio, lo suficientemente largo para caer desde su espalda y pasar sus caderas, tiene una mirada suave y dulce. Se trata de Lizeth, una joven de 21 años, que desde que cumplió su mayoría de edad ha estado ejerciendo esta labor.

Ella, es la primera que me brinda un fuerte contraste de experiencias frente a Sandra. A diferencia de su compañera, tomó este trabajo por la falta de mejores oportunidades, y expresa que, por su corta edad, y obviamente por ser mujer, recibe comentarios machistas de parte de clientes hombres. ‘’Que bueno que ahora hubiera solo mujeres jóvenes, porque eso atrae más la clientela’’, recuerda con disgusto unos de los comentarios que recibe constantemente, y recalca con firmeza que: ‘’a un hombre no le faltarían tanto al respeto’’.

Sin una duda aparente en su voz, me dice que quisiera tener la posibilidad de encontrar una mejor oportunidad para crecer como persona.

Por último, converso con Kimberly, sus ojos son negros y componen una mirada intensa, su oscuro cabello llegaba hasta su cintura y formaba algunas ligeras ondas. Tiene 26 años, es madre soltera de dos niñas y comparte la misma experiencia de su compañera Lizeth.

Tiene un Técnico en Mecánica, pues le apasionan las motos y los carros, y a pesar de que este le permite realizar algunas labores más que sus compañeras, no es suficiente para que los clientes hombres piensen que es capaz de realizar actividades como la llamada revisión de niveles. Alguna vez, un cliente le llegó a escupir, porque ella demoró 2 minutos en atenderlo.

Kimberly también espera conseguir un mejor futuro para ella y sus hijas, y que algún día las barreras machistas que aún prevalecen en nuestra sociedad, le permitan trabajar en lo que le apasiona.

Toda moneda tiene sus dos caras. Mujeres, venciendo estereotipos, queriendo salir adelante en busca de oportunidades, desde un trabajo que se siente tan misógino por parte de algunas o la experiencia de un grato trabajo por parte de otras.