El día que la música logró guardar las armas
Por Danna Valentina Cruz Gutiérrez
Corría el año de 1999 en un pequeño pueblo conocido como Icononzo, ubicado en el departamento del Tolima, Edgar Cruz, más conocido como “El profe” o “Sonido Cruz” empezaba su vida artística en la música. Había iniciado con una pequeña cabina y unos CDS, pero al pasar el tiempo logró formar su Orquesta que ahora es conocida como La Sociedad.
Todo marchaba aparentemente bien, el reconocimiento en su pueblo y en los municipios de su alrededor crecía. Él y su orquesta alegraban las fiestas municipales, al ritmo de las congas y la guacharaca, animaba a todo un pueblo a bailar sus canciones, desde los más pequeños hasta los más grandes gozaban de la presencia de su orquesta.
Todo cambio cuando Icononzo empezó a ser cuna de la guerrilla, el pueblo se había convertido en el sitio perfecto para este movimiento por sus zonas veredales. Y fue desde ese momento que la guerrilla se adueñó de la vereda San José de Guantimbol, un lugar que se distinguida por la productividad de cultivos y por las personas que habitaban allí, que eran campesinos comunistas de la vieja guardia.
La vereda tenía prohibido el acceso libre, normalmente se exigía un permiso que se presentaba en un lugar conocido como “El Capote” que estaba kilómetros antes de llegar a la vereda. Allí había un retén donde exigía el permiso y preguntaban hasta qué hora estarían en la vereda.
Al principió la guerrilla convivió con los campesinos, pero después de un tiempo empezaron a desparecer, mientras que otros cogieron sus cosas y sin decir nada se marcharon del pueblo, convirtiendo la vereda en una zona netamente guerrillera.
Pero los insurgentes también bailan y gozan, por eso Edgar Cruz fue llamado para animar las fiestas del ya bien conocido Comandante Manuel. Dicen por esos lares que quien recomendó los servicios de la orquesta fue el alcalde municipal, quien tenía conocimiento que el grupo armado andaba por ahí.
Un “toc – toc” sonó en la puerta la casa de la familia Cruz. Cuando Edgar abrió, se sorprendió al ver en frente un hombre lleno de armas que le dijo: “Profe este fin de semana el Comandante Manuel quiere que vaya a tocar a la vereda, allá lo espera y es mejor que no lo deje plantado”. Casi mudo del susto, el artista solo aserto con la cabeza mientras veía como el hombre se iba en una camioneta.
El día del evento con la guerrilla se acercaba. Todos los músicos y Edgar estaban llenos de miedo, no sabían cómo iba a terminar esa presentación, pero con la sugerencia que había hecho el hombre armado, no tenían otra alternativa que ir hasta la vereda y hacerles pasar un rato ameno.
Edgar y sus músicos llegaron al reconocido “El Capote” donde tuvieron el respectivo reten, después fueron escoltados hasta el lugar de la fiesta. En el lugar, el Comandante Manuel hizo formar a toda su gente para darle la bienvenida a la Orquesta, todos los hombres que pertenecían a la guerrilla empezaron a gritar y chiflar diciendo “Que viva la guerrilla”. Edgar confundido sin saber qué tenía que hacer y cómo tenía que actuar se unió a los gritos lo que dejó confundido a sus músicos quienes en tono burlesco pero con miedo se unieron a él.
En medio de la celebración iban llegando más comandantes de la guerrilla, todos armados y listos para la fiesta. Como las armas estorbaban a la hora de bailar le pidieron el favor a Edgar que las guardara. Ese cajón negro y largo se convirtió de llevar los instrumentos, se convirtió en el lugar perfecto para proteger el armamento.
La fiesta finalizó a las 6:00 am, el Comandante Manuel mandó a llamar a Edgar a un lugar solo y alejado de los invitados y le ordenó que se diera la vuelta, es decir se diera la espalda. Edgar asustado, pensando que lo iban a matar, giró su cuerpo y empezó a decir “Que viva la guerrilla”, además en ese instante compuso y canto himnos hacia la guerrilla lo cual hizo que Manuel se burlara de él. En un tono burlesco, el máximo comandante de la guerrilla le dijo “- Mientras usted me corra a mi cuando lo necesite, ni yo ni mis hombres le harán daño” y en medio de este discurso deposito el dinero en su bolsillo diciéndole “Ya se puede retirar”.
Edgar cuenta que no fue la única vez que la guerrilla lo llamó a amenizar las fiestas, incluso en muchas ocasiones tuvo que prestar su carro para que ellos hicieran sus vueltas. Hoy, con sus años encima y con muchas anécdotas, dice que la música le ha permitido vivir muchas experiencias, pero la que vivió con la guerrilla es la que nunca va a olvidar.
Serie: #CrónicaDeLosAbuelos