La ciudad de los muertos
El Cementerio Central es un lugar de misterios e historias, allí reposan los cuerpos y posiblemente hasta el alma de colombianos ilustres como el fundador de Santa Fé de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada o el general, Gustavo Rojas Pinilla. También está el máximo comandante del M-19, quién después de entregar las armas fue asesinado abordo de un avión. Ellos y muchos más, comparten la ciudad de los muertos.
Por: Natalia Chapetón Karabadjakof
En Bogotá, la ciudad de todos, la capital de la República, sobre la calle 26 entre carreras 18 y 24, a unos cuantos metros del centro internacional, donde se concentran las grandes empresas e industrias del país, se encuentra desde hace 185 años el cementerio central. La historia dice que un principio se construyó a las afueras de la ciudad, cuando el rey Carlos III de España prohibió enterrar a los muertos en las iglesias, esto como medida para controlar los hedores y epidemias.
Dos siglos después Bogotá se expandió tanto que el cementerio empezó a hacer parte del centro de la ciudad. Sobre la carrera 19 se encuentra una de las entradas a la ciudad de los muertos, entre las marmolerías, sitios donde se tallan las lápidas, que en algún momento serán la exposición de arte de aquellos que descansan al interior de las bóvedas. Una angosta puerta de hierro negro con dos puntas de lanza, da la bienvenida a los visitantes que, acompañados usualmente de flores o dulces, ingresan tratando de agradecer con la mirada al guardia principal que trabaja durante todo el día observando siempre las caras de la melancolía.
A unos cuantos metros de la entrada, el sacerdote William Espinosa, está acompañado del obispo Rodolfo Camacho charlando sobre las próximas misas que deben realizar. Su misión pastoral consiste en celebrar la eucaristía por los fieles difuntos, frente a las tumbas y la misa comunitaria, rito que se repite los siete días de la semana de 8 a 4pm, siendo el lunes día de las almas, el más visitado. El padre Espinosa lleva ocho años trabajando en el cementerio central; comenta que constantemente ha vivido momentos extraños en diferentes circunstancias, pero que a la vez los describe como significativos dentro de su labor religiosa.
“Resulta que llego una joven, yo ya estaba guardando las cosas y me dijo: padre una bendición, ore por mí. Ella llevaba un vaso con unas flores, pero cuando llegue al lugar donde estaban pidiendo las bendiciones nadie se encontraba ahí, pero si sus flores. Otra ocasión fue que llegó un joven aquí a la mesa y me pregunto qué cuanto costaba la misa, que si se la podía celebrar, le respondí “claro, vale 30 mil”. Le pregunte que dónde está ubicado, me dijo voy a poner unas flores, nos vemos al frente de la entrada del mausoleo de la Policía, cuando llegue al sitio no había nadie… pero ahí estaba colgado el saco de paño que llevaba puesto y dentro de las flores el dinero. Son cosas que se quedan aquí porque es parte de nuestra experiencia”, dice el sacerdote William espinosa”.
Recorriendo el cementerio, observando las tumbas y mausoleos, con su diseño arquitectónico europeo y gótico, el padre hace una remembranza de historias, sobre los personajes más representativos de la época que se encuentran allí, como el político Jorge Eliécer Gaitán, o Leo Sigfredo Kopp quien fuese fundador de la compañía Bavaria, también periodistas, poetas, médicos, familias de la clase alta y personas que murieron el 9 de abril de 1948 en el llamado Bogotazo.Así, en medio de sus recuerdos, va nombrando a varias personalidades que durante el pasar de los años han sido muy queridos en la cultura bogotana, por lo que en torno a ellos han surgido diferentes creencias y peticiones por parte de los asistentes al cementerio.
“Leo Siegfried Kopp fue un alemán que vino al país con la proyección de crear una empresa donde todo el mundo tuviera trabajo y donde nadie pasara necesidades. Fue fundador del barrio La Perseverancia y Barrios Unidos, a él se le pide por trabajo y bienestar en la familia, se le hace una oración y se le dice una petición al oído.
A Julio Garavito Armero, matemático y físico, la gente le pide por prosperidad económica. Su monumento está pintado de color azul, los creyentes agarran un billete de cualquier denominación, lo frotan en su monumento y lo guardan en la billetera, este billete no lo pueden gastar.
Las hermanitas Bodmer son niñas que murieron de una extraña enfermedad, a ellas se les pide por la protección de los niños. Un personaje que estuvo muy especial aquí fue Salomé, una señora que cuidaba a los hijos de las trabajadoras sexuales y de los post-operatorios que se hacían los transexuales… Ella no fue velada en una sala de velación porque no fue permitido, fue velada en una calle de la 24 custodiada por prostitutas, ladrones y travestis. A ella la trajeron en hombros al cementerio, inicialmente fue sepultada al lado de Julio Garavito, hasta que se presentaron unos inconvenientes por tema de convivencia y pues en una zona de tolerancia donde hay drogadicción y prostitución, se armaron batallas campales, por eso se tomó la determinación de llevar el monumento de Salome al cementerio del sur, aunque la gente sigue pidiendo aquí por ella”
Al terminar la visita, se observa el puesto del vigilante que está sobre la entrada norte hacia la calle 26; junto a un arco de piedra que en la parte superior tiene esculpido a Cronos, el dios del tiempo en la mitología griega, él es el encargado de recibir a los visitantes con la siguiente frase escrita en latín “La ciudad de los vivos”. En este puesto de vigilancia rodeado por cristal en sus tres lados, presta sus servicios Miguel Esteban Arias, guardia del cementerio central desde hace dos años, cuenta su experiencia más extraña.
“Fue con una señora, aquí hacen mucha brujería fue a las 2 de la mañana, yo estaba pasando por el muro de almas, estaba caminando cuando veo por allá una silueta recostada dentro de un sepulcro, me acerco y era una señora vestida de negro intentando entrar a la bóveda de la persona. Ella tenía varias velas negras y sal. Estaba bien bonita la señora. Apenas la vi le dije que hace aquí y cómo que se asustó y se fue. Pero no podía ni caminar, comenzó hablar de otra forma, no sé qué idioma estaba hablando, pero se oía todo tipo diabólico, tipo película. Al final empezó a maldecirnos. Eso es lo que más duro recuerdo”.
Miguel que trabaja 5 días a la semana tunos rotativos de 12 horas por la mañana y otro por la noche, cree que esto pasa constantemente en este lugar por las creencias que tiene la gente, como aquellos que les rezan a las estatuas o a las almas y esta el otro lado de los que piensan que el diablo es bueno al igual que la brujería.
En definitiva, se puede decir que el sacerdote William como el guardia Miguel que llevan trabajando bastante tiempo en el cementerio, son personas que están unidas por el amor a Dios y el contacto con la gente independientemente. Sin importar la clase social, raza o profesión, estos religiosos están dispuestos a escuchar a un doliente y brindarles un momento de tranquilidad al visitar a quienes también en algún instante disfrutaron de la vida terrenal.