Mocoa: La tragedia que marcó vidas. 

Piedras, lodo y agua arrastraban lo que encontrara en el camino, decenas de personas los perdieron todo en un instante, algunos escasamente se quedaron con lo que llevaban puesto, otros lloraban a sus familias. La zozobra y la tristeza había llegado a Mocoa. El departamento de Putumayo  y el país estaba de luto.

Por: Laura Sofía Villegas Miranda

Culminaba la noche del 31 de marzo del 2017. Como es usual en esta zona de Colombia, una lluvia espesa y sonora acompañaba a los mocoanos. Pero la de esa noche, era atípica. 

Transcurría la madrugada, ya era el primer día de abril. A más de 600 kilómetros de Mocoa, en la capital del país, María* recibe una llamada a las 5:50 de la mañana. 

Su superior, el subdirector de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, UGNRD, en Colombia, le indica que debe presentarse en menos de 40 minutos en las instalaciones de su trabajo. Debía asistir uno de los peores desastres naturales en la historia de su patria hasta la fecha. 

Era la primera emergencia de gran magnitud a la que asistía María. ‘’Me levanté de manera muy rápida, alisté mi maleta con cinco mudas de ropa y mis uniformes. Empaqué algo de comer que no fuera perecedero, pero en ese momento no tenía en mi cabeza a lo que me iba a enfrentar.’’ 

A las 6:20 de la mañana, junto con tres de sus compañeros, embarca un vehículo de la entidad camino a él Comando Aéreo de Transporte Militar, donde toman un vuelo de apoyo de la Policía Nacional rumbo a la ciudad afectada. 

La escasez y falta de detalles en la información recibida hasta el momento alimentaban la incertidumbre que se respiraba en aquel avión, la expectativa era dominante. 

Llegaron al Aeropuerto de Villagarzón, y la travesía apenas comenzaba.  María ahora salía hacia lo que quedaba de ciudad en una camioneta completamente sucia y salpicada de lodo, junto con su superior y un compañero. ‘’Coronel, la situación está muy complicada, hay muchas personas desaparecidas, heridas y muchas fallecidas. Hay destrucción total en gran parte del municipio’’, expresó el conductor de la gobernación que los transportaría. ‘’No tenemos ni luz, ni agua, ni gas natural. Estamos incomunicados’’. Debido a las fuertes lluvias, se había presentado una avalancha torrencial de gran magnitud, ocasionando daños en los servicios públicos y destrucción total en 17 barrios del municipio.  

Se sentía ‘’como ir en un carro de la Policía en plena persecución’’, recuerda María. Su voz se acompaña de entrecortados suspiros, recuerda como una vez más el lodo se hace presente, inundando los cuerpos y rostros afligidos y desconsolados de algunos habitantes que se encontraban sentados a los costados de la carretera, algunos incluso junto a cuerpos, pidiendo ayuda.  

Llegando a la cabecera municipal, se observa un paisaje totalmente contaminado por el barro y se asoman las casas destruidas, como cortadas a la mitad, con sus vigas totalmente demolidas. En el quinto piso de la estación de Policía, los reciben los rostros angustiados de los funcionarios del municipio, esperando ansiosamente el apoyo de los representantes del gobierno nacional. 

María toma asiento junto con dos abogadas, sin embargo, percibe una vez más angustia en una de ellas: ‘’Doctora, yo estoy bien y mi familia también, pero lo perdí todo’’, una de sus colegas rompe en llanto. 

La abogada se sentía comprometida con su trabajo y estaba haciendo su mayor esfuerzo para que su situación personal no afectara su labor. Según la psicóloga Paola*, describe esta como unas de las situaciones y emociones a las que se pueden enfrentar los profesionales de emergencias, siendo también una de las más comunes, cumplir contra todo pronóstico con su labor. 

María le indica a su colega que, si ella necesitaba retirarse, lo hiciera sin problema y ella continuaría con el trabajo. ‘’Doctora, yo la puedo apoyar, entonces quedémonos las dos’’ con la intervención de la tercera abogada, la mujer afectada finalmente decide volver hacia lo poco que le quedaba en su hogar. 

Según información de la UGNRD, el desastre dejó 335 fallecidos. La siguiente tarea que recibió fue manejar de la mano de las funerarias de Mocoa la cantidad de cuerpos de estas personas, pues por las condiciones del desastre, se podía presentar una situación de riesgo biológico y sanitario. 

‘’Básicamente los primeros días de la emergencia, mi oficina fue el cementerio municipal’’, recuerda María con algo de sorna. Al mismo tiempo, afirma que Dios la estaba preparando espiritualmente para poder servir a los demás en una situación tan delicada. 

Reflexiona con la frase bíblica: ‘’Polvo eres y en polvo te convertirás’’, pues define el cuerpo como un ‘envase’, siendo lo de adentro, el espíritu, lo que realmente importa.  

Visualmente, la situación era muy dura, al cementerio, que también se había convertido en una morgue a campo abierto, llegaban muchas personas desesperadas intentando encontrar a sus familiares, o lo que aún quedaba de ellos. La temperatura era muy alta, y claramente el olor era muy fuerte, generado también por la reacción de los rayos del sol cayendo sobre superficies aún empapadas por el agua de la fuerte lluvia. A esto se sumaba el ambiente cargado de mucho dolor y desespero. 

María es una persona muy católica, y es algo que se puede notar desde cada palabra que sale de su boca. En esos momentos, oraba, por los familiares de las víctimas de este desastre natural, por ella y por sus compañeros, para que los cuerpos pudieran ser entregados de la mejor manera posible. 

Empieza a relatar y a revivir la conversación que probablemente más le marcó durante este tiempo, la que probablemente podrá seguir contando al pie de la letra durante toda su vida. 

  • ‘’Doctora, me dijeron que tenía que hablar con usted, que tenemos que venirnos a inscribir.’’ Es un señor de unos 70 años aproximadamente, la misma edad que tenía el papá de María por esos días, con su hija de 20 años, la cual también era la edad de la hermana menor de María. 
  • ‘’ ¿A qué se quieren inscribir?’’  
  • ‘’Al Registro Único de Damnificados.’’ 
  • ‘’ ¿Pero ustedes viven acá en Mocoa?’’  
  • ‘’No, vivimos en Pereira. Vinimos a buscar a mi esposa, ella falleció, nos dijeron que teníamos que venir acá’’. La señora había encontrado la muerte en un viaje de visita. 

María finalmente les explica todo el proceso que tienen que seguir. 

  • ‘’Doctora, muchas gracias. Veníamos preguntándole a todo el mundo, y nadie nos daba respuesta’’. 

Llegó la tarde de ese día, aproximadamente el sexto o séptimo de la emergencia.  

  • ‘’Queremos despedirnos de usted, queremos darle las gracias porque fue la persona que nos guio Ya nos entregaron a mi esposa.’’ Vuelve el señor con su hija, y esta vez, saca de su carpeta una foto de su ser querido. 

Hasta este momento, María sintió verdaderamente el impacto de toda la situación que se estaba viviendo, la adrenalina no le había permitido pensar en algo más que no fuera cumplir con su deber. 

  • ‘’Que hermosa su esposa, y mire, le dejó una hija muy hermosa. Yo espero que Dios los bendiga y que ustedes puedan seguir adelante y regresen a su casa con bien.’’ Se despidió y tuvo que respirar profundo para no soltar sus lágrimas. 

A las 10 de la noche, terminando la jornada, iba caminando con un compañero. 

  • ‘’ ¿Cómo te acabó de ir?’’ 

María empieza a contarle lo ocurrido con el señor y su hija, y libera el llanto inconsolable que estaba reprimiendo desde horas antes.  

  • ‘’Llegaste a tu punto de quiebre.’’  

Sus compañeros admiraban la fortaleza y tranquilidad con la que ella había afrontado su tarea, que, sin duda, fue una de las más complicadas. Su compañero también afirma que esta es una reacción humana completamente normal. 

‘’Había visto a mi papá reflejado en ese señor, a mi hermana y a toda mi familia.’’, afirma, mientras a su voz la invade un pequeño llanto, pero tiene que detener su relato al menos un minuto. 

Fueron 50 días los que estuvo presente en este municipio.  

La primera semana, la única forma que tenían para bañarse era con bolsas de agua de 500 o 250 mililitros, la comida era escaza. El primer día repartieron una lata de atún, algunas galletas y barras de cereal, y la única luz que tenía en su habitación era la de una linterna. 

La tragedia en Mocoa fue una experiencia fuera de lo común para María, durante 50 días no pudo ver su familia y su memoria quedo marcada con los momentos tristes, sin embargo, ella recuerda que cumplió su tarea con satisfacción. Desde su labor ayudó a muchas personas necesitadas con su dolor, se fortaleció como persona y se entrenó para seguir atendido emergencias naturales en Colombia. Hoy está más lista que nunca. 

*Los nombres fueron cambiados por solicitud de las fuentes.

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