El dinero se le fue con el amor
Hay familias que construyen un patrimonio que las generaciones siguientes no logran administrar. En los negocios y el amor se necesita que aflore la razón.
Por: Nicolás Grau
A mediados del siglo veinte en una Colombia con una población mayoritariamente rural, en los pueblos todos se conocían, a algunos se les reconocía por su labor social, a otros por su apellido o por su buena posición económica. Este era el caso de Ismael, identificado en su pueblo por ser un arriero paisa de antaño, además de ganadero, agricultor y empresario. Fue conocido por ser amable, generoso y ayudar a cualquier persona sin desconfiar de nadie. Siempre atendía al forastero que llegaba o a sus mismos paisanos. Por esta característica precisamente le llegó su final, encontró la muerte.
Salió una tarde en su caballo por un camino rural que frecuentaba, para realizar una inspección de rutina una de sus fincas, por los robos de ganado que se estaban presentando. Se dirigía hacia los corrales con su mayordomo y sus hijos, misma gente que años atrás acogió, les brindo techo, alimento y les dio trabajo.
Esa tarde, a medio camino, sus acompañantes le tendieron una trampa. Ellos mismos, los encargados del cuidado de las tierras y el ganado, eran los bandidos ladrones que le dispararon cinco tiros: uno en la pierna, otro en el ojo derecho, otro que perforó el hígado, otro impactó al caballo y el último al carriel que llevaba terciado. Fue sin compasión, quedó moribundo y agonizando en medio de la nada. No se pudo defender porque su arma colgaba del estribo de su silla de montar. Murió en ese lugar a manos de gente despiadada que solo tenía ambición del dinero fácil.
Las autoridades del pueblo se pusieron a buscar a los bandidos que salieron huyendo con lo robado. Pasados unos días los capturaron, fueron enjuiciados y encarcelados. En esos tiempos no eran muy severas las codenas, solo pagaron 15 años por cometer este homicidio.
La noticia de la muerte de Ismael no tardó en llegar al pueblo, su esposa quedó sumidad en el dolor y la penumbra de la tragedia. Su única hija, radicada con su esposo en Bogotá, con cinco meses de embarazo perdió el bebé por el impacto de la noticia.
La corta y repentina muerte de su padre hizo que la vida para la hija única fuera más difícil, más en aquellas épocas donde regía el machismo y labores tradicionales. No tenía conocimiento claro de los negocios, no sabía qué hacer con ellos y mucho menos el detalle de lo que hacía Ismael.
En medio del dolor, llegaron sus tíos con mirada, actitud de sumisión y tristeza, pero a la vez con intenciones de buscar un beneficio propio, debido a que poseían una sociedad entre ellos, siendo Ismael y su familia los accionistas mayoritarios de empresa, ganado y actividades comerciales en general. Por desconocimiento, ingenuidad y confianza su misma familia le usurpo su herencia o derechos en bienes dejándose convencer de ser administrado por ellos.
“Mijita usted no sabe mucho de esto, présteme esto y fírmeme acá estos pápeles y documentos” – le dijeron, y así se fueron quedando con sus pertenencias.
A pesar de todos sus engaños, entre sus allegados, su viuda Rosita y la hija María Genny vendieron algunas de las pertenencias que tenían en el pueblo y compraron en la capital de Colombia algunas propiedades y negocios, que poco a poco los convirtieron en los primeros importadores de Nissan en Colombia. Sin embargo, no todo el gloria, hubo malas administraciones y fueron a la quiebra. Todo se vendió.
Con el paso del tiempo María Genny se separó de su esposo, quedando con varias propiedades a su nombre y que le permitieron vivir de la renta de los mismos. Había que salir adelante, había que iniciar una nueva vida y así lo hizo.
Con el tiempo floreció de nuevo el amor. En el camino de la vida se travesó aquél hombre carismático, empático y con don de gentes. Alguien con esas cualidades era de confiar, así nadie conociera exactamente su pasado.
El corazón y posiblemente la razón le jugó de nuevo una mala pasada a Genny. Antes de que se unieran su nuevo amor tenía deudas adquiridas que fueron acabando con las pertenencias. El Estado, llegó implacable a cobrar lo suyo, remató bienes e inmuebles hasta dejarla casi sin nada. Se podría decir que de esa unión solo quedó un hijo, de esos que en la época de Ismael llamarían “ilegítimo”.
Hoy, ya con algunos años encima, Genny aprendió la lección, la vida no le sonrió. Tuvo mucho y ahora no tiene, solo le queda la casa que le entregaron sus hijos y su exmarido, para que allí disfrute el resto de sus días. Pero como diría el poeta Lope de Vega: “En su casa, hasta los pobres son reyes.”
Serie: #CrónicaDeLosAbuelos
Créditos foto: María Genny el día de su boda con su padre Ismael en 1964. Uno de sus carrieles el día que lo asesinaron fotografía actual.