Crecer era difícil, pero ser madre a los 16 era mucho más
Uno tras otro, así fueron naciendo. Fanny con nostalgia cuenta cómo vio a sus hijos crecer y partir. Hoy ya son mayores y están con familias unidas.
Por Karen Lizeth Veloza Jiménez
Una mirada, un llamado, la angustia, la desesperación, todo en caída. Así se sentía Fanny Veloza o “la muñeca” para algunos; cuando vio a su cuarto hijo con una cortada tan grande en su frente, que parecía como si se le viera el cráneo. El líquido carmesí salía y cubría a su angustiado pequeño hasta no parar.
Jaime minutos antes pensaba en un lugar de su casa donde podría esconderse, escuchaba el llamado de su madre. Lo encontró justamente debajo de la cama, escondiéndose del regaño tan infernal que se llevaría. Mientras tanto el tiempo corría, en su cabeza sonaba un tic, tac, tic tac esperando la reprimenda que se llevaría. Los gritos lo perseguían como pasos, cada vez más fuertes, en ese momento fue el golpe, ahora serían dos razones para su castigo. Si quería llorar por algo ya había una razón.
“Soñé con una vida feliz, nunca imaginaba mi futuro, lo único que quería era diseñar ropa y estudiar”, fue lo que Fanny Veloza siempre anheló. Un 8 de febrero del 46 fue el día que nació, iluminando el hogar con sonrisas. Estaba comenzando a estudiar mientras pensaba si sería la última hija, pero un día supo que otra hermanita venía en camino, y después del segundo no pararon, llegó el hermano.
Crecer se volvió más difícil y Fanny lo vivía por ser de las mayores. Con el tiempo se acabaron, todas las risas, juegos, enseñanzas e idas al colegio. Su corazón se partió al ver la cara de su madre por primera vez llena de angustia y de dolor por de la noticia que menos esperaba: La muerte de su padre.
Eran las 11 de la mañana de un miércoles cuando Fanny escuchó a su madre decir que debían dejar todo a un lado para trabajar y ayudar en la casa. ¿Cómo podrían hacerlo? Tenía apenas 13 años, sin embargo, sabía que era una de las mayores y debía hacerlo.
Llegar a una casa de familia era algo normal en esa época, sin embargo, pasar de juegos a lavar ropa o coser uniformes no era de su agrado. De esta manera lo conoció, sentada escuchando a los niños de esa casa jugar y viendo la lavadora que anunciaba un nuevo ciclo. Así llegó el amor.
Con ojos un tanto cansados, Henry madrugaba todos los días, ya era costumbre viajar a muchos lugares, últimamente le tocaba por la localidad de Engativá. Tenía porte, una elegancia que nunca lo perdió. Antes le cansaba que tenía que pasar por sus uniformes, hasta que empezó a ver a esa pequeña joven, con cabello largo y tez tierna.
El encuentro comenzó con una sonrisa y un saludo Henry pasaba a verla todos los días y así sin más, en cuestión de días pasaron de de amigos a novios y luego a una propuesta de compromiso. Ella con 15 y él con 18 años estaban más unidos que nunca.
Fanny solo pensaba qué pasaría más adelante, temía dejar su hogar y hermanos, estaba indecisa. ¿Qué pasaría? ¿estaría lista para todo? Era joven e inexperta y como si solo hubiera dado la vuelta el reloj le tocó madurar. Un año después vino su primer hijo, pero no fue solo uno, siguió el segundo, tercero, cuarto, quinto y “boom”, una sorpresa que casi les paraliza el corazón por todo el sufrimiento que llevó, la sexta, que era una hija. Afortunadamente todo salió bien.
Pasaron los años y la crianza a temprana edad fue difícil, Fanny lloraba, enfurecía, se reía y extrañaba cada momento de pequeña, pero sin lamentar la familia que estaba formando. Permanecía un tanto melancólica a la espera de cuál será el día en que llegase su esposo. Henry viaja para traer el sustento a su hogar, pero esto no le permitía hablar, convivir, amar y reír con su familia. Los testigos de sus viajes eran la carretera y los camiones, ellos guardaban los secretos de sus correrías. Llegaba a su casa alegre, destilando amor a su “muñeca”, que solo esperaba para compartir con él.
Lamentablemente los años pasaron y con ellos los tiempos vividos. Los días soleados, llegaron a grises al morir su esposo. “El amor de toda mi vida, mi fiel compañía”, dice Fanny entre lágrimas, con los recuerdos tan lindos que son indelebles en su mente.
A decir por su edad había vivido y afrontado tantas cosas que ni hoy en día se pasarían por la mente de un adolescente. Hoy los jóvenes están pensando a cuál universidad irán o a cuál país viajarán, pero la historia de Fanny era otra. Hace 43 años ella pensaba en pañales, trabajos y en madurar aún biche.
“Las decisiones son para toda la vida, hay que pensarlas y echarles cabeza”, Fanny mejor que nadie lo sabe. Sus hijos han decidido tener familias más pequeñas, conocen el sacrificio de su madre ha sido la lección. Para Gabriel, el segundo hijo de la muñeca, “las circunstancias eran distintas, mis papás nos aman y dejaron todo por nosotros, sin embargo, con mi familia lo pensé mejor y no deje mis sueños de lado”.
Fanny con nostalgia cuenta cómo vio a sus hijos crecer y partir, tantas anécdotas con Leo, el más pequeño y consentido; Jaime, con su escondite que terminó con una herida en la frente; Rosalba y Evidalia, las niñas de la casa y adoradas por su madre; Henry y Gabriel los mayores y con un porte tan elegante y sofisticado como el de su padre. Uno tras otro, así fueron naciendo y hoy ya mayores están con familias unidas, pero con un pensamiento diferente al de sus abuelos.
“Quiero que viajen, disfruten, cumplan sus sueños, que maduren con el tiempo; son circunstancias distintas a las mías y ojalá sus padres pueden darles todo lo que no tuve yo. El tiempo perdido no se recupera y yo hubiera querido que fueran tiempos distintos para mí”, así, con la decisión que la caracterizó siempre Fanny Veloza cierra su conversación. Nostálgica pero decidida.
Serie: #CrónicaDeLosAbuelos