Los pecados del “salvador” de Egipto

Entre hambre, angustia, balas y grafitis nace el  “Gasolino”, un hombre corpulento, alto y fornido, de buen parecer, mirada fría, cabello rizado y aura imponente. En la época de más violencia del barrio Egipto, alrededor de la década de 1980, se le ve llevando consigo siempre su característica chaqueta de cuero y tenis de marca.

Por: Camila Eymy Alejandra Hernández Ruíz

El barrio Egipto ha sido uno de los lugares que lleva la guerra interna en Bogotá. Mientras se habla del conflicto armado en los pueblos, la selva de cemento se quema en medio de balas, amistades rotas y venganzas.

El “Gasolino” es un afectado más de la violencia y la venganza. Impulsado por la muerte de su hermano toma represalias y así empieza su camino como el característico “salvador” del barrio, alimentado a quienes sufren de hambre y descartando en el camino de sus balas a las mujeres y los niños. No se sabe si es una coincidencia, pero su actuar es muy parecido al del capo más buscado de la historia de Colombia: Pablo Escobar.

A la banda siempre se le ve con grabadora encima, inundando las calles de música, no tan amena como se espera. Con metralletas y ropa de marca, el líder siempre cuida su espalda, siempre vigila, siempre atento ante un posible enfrentamiento, muy pocas veces se le ve borracho, solo cuando la banda entera tomaba y amanecían desparramados en el suelo. Dicen los vecinos que el vicio de la nicotina nunca fue lo suyo.

Una vez su nombre y rostro es enmarcado como líder de la banda “Los Gasolinos” su palabra se convierte en la ley, hasta el punto que ni la policía se atreve a entrar al barrio. Nadie robaba, mataba o violaba, es la paz ilusoria que imponía el salvador a cambio de un poco de seguridad por parte de los vecinos.

Y sí, era una ilusión esa tranquilidad. Llenaba de comida los platos de quienes lo necesitaban. Uno que otro lujo también daba a las familias del sector, sumado al preciado valor de la protección para quienes no se interponían en su camino, pero era todo lo contrario cuando de arreglar cuentas se trataba.

Sus inicios de líder marcan no solo a las personas, al barrio también, todo el territorio quedó bajos sus dominios. Los ingenuos o distribuidores de alimentos o electrodomésticos que recorrían la carretera de la circunvalar, eran abordados por la banda con precisión de relojero.

Los territorios de cada banda eran divididos por las calles del barrio. “Los de abajo son los de abajo, los de arriba son los de arriba, no se puede pasar porque uno se gana un problema, aunque uno no haya hecho nada”, expresa una fuente, que por seguridad prefiere mantenerse anónima. El “monte” es la parte más alta y llena de maleza, árboles y secretos; allí se esconde, entre sus enredaderas, miles de vidas robadas.

Las muertes que rondan entre las calles de ladrillo y el piso empedrado solo se dan bajo el mandato del “Salvador”. Como cuidaba a los niños los ponía bajo su disposición como pequeñas centinelas, a pesar que ellos no sufrían de su ira, sí tenían que escuchar sus sermones. La inocencia de su niñez se pierde a punta de revólveres.

Al paso de los días los muertos sumaban y las “guerras internas” crecían. Las venganzas impulsaban a una batalla sin sentido, teniendo mínimo un muerto por semana, marcando un precedente en las personas. Los enfrentamientos se daban y nadie se atrevía a socorrer al herido, a mirar o siquiera mencionar lo que sucedía.

En cuanto a las venganzas “Gasolino” toma los jueves como su ritual personal. El día de la semana siempre se cumple. Los perros aúllan a su paso, alertando a los hombres de la casa, despertando a los niños. Las esposas asustadas rezan de rodillas en alguna esquina para que esta vez no fuese su turno. A pesar de procurar no entrometer mujeres, si era por un encargo no le pesaba hacerlo. Sin piedad alguna, nadie escapa a sus balas y torturas.

La ambición, el poder y el dinero son algo que se vuelve tradición entre lo miembros de “Los Gasolinos”. Dicen los que caminan las esquinas que la banda ya trabaja por encargos, los poderosos que necesitaban ajustar cuentas o una venganza ya sabían a quién llamar.

Los robos se fueron perfeccionado ya no era solo camiones, también era casas de altos funcionarios, rapto de mujeres y hasta violaciones. Algunos hombres eran torturados, descuartizarlos y quemados hasta morir. En este momento de la historia sobra preguntar el porqué del macabro sentido de su apodo.

Dios lo crea y ellos se juntan. No podría ser de otra manera, el terror del Barrio Egipto tendría más temprano que tarde cruzarse con el hombre que mantuvo en vilo durante más de una década a las autoridades de Colombia. Sí, el “Gasolino” y el “Patrón” formaron también una alianza del mal. El líder de la banda obtuvo recompensas por los policías muertos que ofrecía Escobar, además de negociar con paramilitares y guerrilleros. Así se expandió su reinado más allá de los límites del barrio. Esparció el temor de su presencia hasta todo Bogotá, por más que alguien tratase de ocultarse era imposible.

Las alianzas le dieron dinero, pero también fueron su sentencia. Es un misterio aún, algunos afirman que fueron sus allegados, otros no dudan que fue una venganza o hasta la misma policía se lo llevó de este mundo. Lo único que se sabe es que murió fuera de sus tierras, con disparos en las piernas.

Justamente después de su muerte se encontró signos de brujería en la virgen que adornaba la entrada del barrio. Así, como ella, la vida del “Gasolino” fue destruida. Muchos lo recuerdan en voz baja, como si existiera un pacto para esconder esta historia.