Del mito al claustro religioso
“Las personas viven bajo la idea equivocada de que las monjas estamos en un convento rezando las 24 horas del día y no es así, también tenemos un camino que vivir, dedicar la vida a Dios no quiere decir que no tenemos derecho a disfrutar lo que hacemos”: Ligia Elena Cárdenas.
Por: Valentina Moreno Peraza
Existe aún la creencia que el principal objetivo de vivir en un claustro religioso es dedicar el tiempo completo a estar postrado en rodillas en una capilla, se vive bajo el mito que son lugares tenebrosos, que la oración es el principal centro y que esa es la única misión que tienen ahí. El verdadero centro es la ayuda a la comunidad, son personas que dedican su vida al servicio, a ayudar a quienes necesitan de una mano desinteresada.
El silencio es el principal atributo de la casa cural de las hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento, más allá de ser un silencio fúnebre, es un silencio lleno de paz como lo afirma la hermana Ligia, una mujer llena de vida y carisma. Llegó al monasterio por primera vez después de saber que su vida estaba destinada a servirle a la iglesia, un recinto con amplias paredes blancas, habitaciones cálidas y una entrada de luz de pared a pared. Ya lleva más de 35 años viviendo en el claustro.
“Yo siempre había tenido pensamientos de que me gustaba la vida religiosa de algún modo, pero no me atrevía a decirlo en voz alta, era muy común juzgar a quienes querían tomar el camino de la Iglesia, así que lo mantuve en secreto hasta que la vida me recordó cuál era la misión que tenía para la vida”, comenta la religiosa.
La hermana Ligia conserva desde su niñez un profundo amor por los viajes y las diferentes culturas, la vida religiosa le ha dado lo que ella llama “misiones enviadas por Dios”, que le han permitido viajar por todos los continentes llevando ayuda humanitaria a quienes más lo necesitan, de ahí nace su profundo amor por la comunidad religiosa, de visualizar lo afortunada que se siente después de conocer las desventajas que abundan el mundo.
Ella venía de una vida caótica en donde no todas las jóvenes lograban cumplir sus metas, algunas de ellas ni siquiera conseguían terminar el colegio. “La vida en los barrios de tolerancia alta son llenas de alboroto y ruido, entonces al llegar al convento sentí una profunda paz y tranquilidad.”, dice la hermana contando su momento de iluminación en que supo que habia encontrado su mision de vida para siempre.
El proceso para acostumbrarse a la vida de claustro tiene sus dificultades, no todo es paz y felicidad al principio. Pasar de ver a la familia todos los días a únicamente siete veces al mes es estresante. Comenta que “fue un cambio duro porque yo siempre fui muy independiente en mi casa y hacía mis cosas sola y a mi manera, pero al entrar al claustro uno se somete a la madre superiora y a una obediencia mucho más estricta”. Esto era algo a la que la hermana no estaba acostumbrada.
El 25 de marzo de 1910 las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento se consagran a Dios. Actualmente se encuentran en 14 países bajo 9 provincias, su principal función es llevar su misión a jóvenes que quieren seguir por el mismo camino y también educar a la juventud bajo los principios educativos de tres colegios en la ciudad de Bogotá. En otras palabras, ir más allá de lo académico, haciendo del aprendizaje una experiencia mística que les permita descubrir la presencia y la grandeza de Dios, según indica la hermana Ligia.
A partir de este momento, la hermana comienza a entablar una conversación más profunda sobre su decisión de clausurarse en el monasterio, “antes de que tomara la decisión de entrar al convento entendí que la gente vivía los acontecimientos de la vida de manera superficial, sentía que no tenían un sentido específico en su vida más allá que preocuparse por lo material, no se preguntaban por qué”. La hermana da a entender que la vida espiritual es mucho más que la oración y la alabanza a Dios, es tener una mirada más profunda y amplia de la vida y sus propósitos.
“También tenemos una parte “humana” que la gente no cree”, dice la hermana con un tono firme, “acá adentro no solo rezamos, acá una toca la guitarra, otra le apasiona el cine antiguo, a otra le gusta la cocina, otras se apasionan por enseñar religión, matemática, y lenguas y yo disfruto de la música”. Este momento le da la oportunidad a la hermana de hablar acerca de un libro que aspira alguna vez publicar, habla con pasión de las palabras que alguna vez desearía escribir, de las que reflejan ese don que posee para interpretar sueños y la perspectiva que desarrolló a partir de esto. El libro ya está escrito en su imaginación, piensa que ayudara a la humanidad y sobre todo a los jóvenes a tener otra mirada más amplia y profunda de la vida espiritual, con un enfoque donde la espiritualidad por medio de lo que la vida nos muestra a través del subconsciente.
Tras finalizar una conversación amena y cautivadora, la hermana se va alejando, pero hace una pausa, se voltea y murmura: “como joven hágale saber al resto que no somos robots dedicados a orar todo el día, que también somos mujeres con sueños, hobbies, aspiraciones y que Dios es quien nos acompaña de la mano para lograr llevar todo a cabo”.
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