Un comedor comunitario fue la esperanza de Laura y su hijo
Laura Acosta es una mujer que tiene tan solo 26 años. Es delgada, con una tez pálida y cabello ondulado que llega hasta la mitad de su espalda, en su rostro siempre lleva una mirada perdida acompañada de oscuras ojeras que expresan el sacrificio y el duro trabajo que ejerce como madre soltera para sacar adelante a su hijo.
Por: Kelly Johanna Alí Oliveros
Su embarazo fue inesperado, ella no pensaba tener hijos ya que fue criada en situaciones difíciles. Su familia está conformada por su padre, que ejerce la labor del reciclaje, su madre que vende cigarrillos, dulces y otro tipo de cosas parecidas. Ellos, junto con sus cuatro hermanos comparten una pequeña casa de mero ladrillo y pavimento en la localidad de Ciudad Bolívar en la capital del país.
Laura nunca trabajó. Por ser la mayor de sus hermanos hacía todos los deberes del hogar mientras criaba de ellos. A la edad de 21 conoció a quien llamaba el amor de su vida, un hombre caballeroso, amable y amoroso, que daría todo por conquistar su corazón, al principio de su relación todo era maravilloso y se veían casi a diario, a las pocas semanas él le pidió a Laura ser su novia, sin pensarlo, con una sonrisa de oreja a oreja ella aceptó su propuesta.
Unos meses después, Laura quedó embarazada, la noticia le cayó como un balde de agua fría, llena de angustia y desesperación le contó a su novio que esperarían un hijo, en ese momento, el hombre lleno de ira entró en negación y decidió marcharse sin dejar rastro alguno, dejándola a ella quebrada en mil pedazos y con un vacío enorme en su corazón. Aún por lo que había sucedido y teniendo en cuenta las precarias condiciones en las que vivía, decidió no interrumpir su embarazo e intentar darle una “vida digna”.
Su plan estaría en marcha, debía asumir su rol como madre y encontrar una forma de ganar dinero. Decidió aliarse con su madre para atender el puesto de dulces y cigarros junto a ella. Los meses pasaban velozmente y en cuestión de un abrir y cerrar de ojos, Laura trajo al mundo a su pequeño hijo, enfrentándose a la realidad de lo que implicaba la maternidad.
El tiempo pasaba tan rápido como el dinero en desaparecer, la llegada del nuevo integrante de la familia puso las cosas duras, no alcanzaba para alimentar ocho bocas a la vez y suplir las necesidades básicas de todos, su comida se redujo, así como la carne que recubrían sus huesos, a través de la piel se empezarían a notar las costillas de su hijo y en su llanto se reflejaría el deseo de sentir en su boca tan siquiera un bocado.
Pero su suerte cambiaría y sentiría un alivio para mejorar la condición de su familia, una vecina les contó sobre los comedores comunitarios, en los cuales podrían inscribirse para recibir una ayuda alimenticia, sin pensarlo, Laura se inscribió junto a sus hermanos para aplicar a la ayuda en la que fueron gratamente aceptados, todos reciben una exquisita comida compuesta por una sopa, un “seco”, como le llaman, una bebida y su respectivo postre. También recibieron una serie de exámenes médicos que les realizarían dos veces al año para monitorear su estado de salud.
“El comedor comunitario cambio mi destino y el de mi familia, la ayuda alimentaria y medica que recibimos por parte de ellos es una bendición”, menciona Laura agradecida. Este sistema la ayudado durante años como lo ha hecho en la vida de otras 800.000 personas que se benefician cada mes en los 125 puestos que tienen habilitados para el servicio de los hogares más vulnerables.
Diariamente se entregan aproximadamente 35.670 raciones de comidas, cada una empacada en recipientes herméticos para conservar el alimento y que llegue caliente a la mesa de las personas que acceden a este servicio. Según un estudio realizado por la Universidad de la Sabana, 560 niños sufren desnutrición crónica, por lo tanto, esta maravillosa labor contribuye a cambiar la vida de estos menores.
Vincularse a los comedores comunitarios no solo contribuye a la alimentación sino también a darles la posibilidad de generar procesos ambientales, practicas sostenibles como agricultura urbana, incentivar el emprendimiento, manejar situaciones a nivel social y psicológico, etc.
La cruda realidad de Laura es la realidad de cientos de familias en Colombia, la pobreza es devastadora y las vidas que se lleva el hambre y la sed resulta desgarrador, pero esta problemática que sacude al país entero se debe en gran medida a la corrupción, a la escasez de información y a la falta de oportunidades laborales. Por desgracia, la actual situación sanitaría que atraviesa el mundo entero por el COVID-19 ha sido la causante del incremento de las cifras de los afectados.
Estos programas tienen un enfoque principal, que las familias trasciendan para que puedan superar las situaciones que ponen en riesgo la vida de los niños. A pesar de las falencias que puedan presentarse en el proceso la meta siempre será clara, y los autores que son la cabeza de esta labor persistirán para ser el aliento de miles de hogares colombianos.
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