“La carne gruesa queda cruda y la papa grande viene podrida”
Frank vivió la historia de una padre maltratador, pero logró que su vida no se repitiera como si fuera un espejo.
Por Mariana Alejandra Sánchez D.
Era el año 1945 en Medellín, Antioquia. Frank de Jesús Dávila Bolívar, el penúltimo de doce hermanos, hijo de un padre ortodoxo y hacendado de la época estaba celebrando su primera comunión. Era un día considerado santo en la familia, por primera vez recibía el cuerpo de Cristo; pero todo se convirtió en una pesadilla, en días de miedo e inseguridad.
Para nadie es un secreto que todo en exceso es malo, más aún si este exceso va ligado a los vicios. En este caso, al juego y al alcohol. Luis Eduardo, el patriarca de la familia Dávila Bolívar era un hacendado, que contaba con una estabilidad económica suficiente pero con problemas a nivel mental, emocional y familiar. Su soporte era Mamá Nina, (llamada así por sus doce hijos y nietos), una mujer completamente dedicada a su hogar, que se esmeraba por suplir en sus hijos esa necesidad de afecto que les faltaba por parte de su padre.
Gracias a la sabiduría y la fortaleza de Mamá Nina, todos sus hijos fueron gente de bien. Ella se encargó de cultivar en ellos valores más poderosos que la tristeza, la desilusión y la mala influencia que pudieron haber adquirido de su padre.
El día en el que dos de sus hijos celebraban su primera comunión era solo uno más de tantos días de pruebas de resiliencia en su hogar. Ya de noche y con una hermosa recepción que ella había organizado para sus hijos, se escuchó a lo lejos el cabalgar de un caballo que en su lomo cargaba un jinete desgonzado por el alcohol y dotado de armas en su traje, quien acababa de perderlo todo en un juego de azar.
Desde el interior de la casa notaron su presencia, sus hijos aterrorizados se escondieron bajo la cama mientras Mamá Nina lo recibía en la puerta totalmente desequilibrado y aturdido por los tiros lanzados al aire. Lleno de furia interrumpió la anhelada celebración desalojando a todos los invitados: los amiguitos de mi abuelo, sus familias y amigos vecinos salieron despavoridos a punta de gritos y balas.
Frank, un niño de tan solo diez años refugiaba su tembloroso cuerpo debajo de su cama. Entre la oscuridad noto las pisadas de su padre quien se acercaba a sacarlo bruscamente para que empacara todas sus pertenencias, al igual que estaban haciendo sus hermanos y su madre. Desconsolados tuvieron que abandonar a altas horas de la noche aquello que les otorgaba bienestar, el hogar que los había recibido al nacer.
Definitivamente Mama Nina y Luis Eduardo eran seres hechos de un material completamente diferente. Mi abuelo Frank a sus 80 años aún recuerda muchas de los momentos de ese hombre de temperamento fuerte, La imagen del padre restregándolo contra un pedazo de carne o golpeándolo con una papa en su cabeza, se mantiene en su cabeza.
“Ni cortes gruesos de carne, ni papas grandes, decía mi padre. La carne gruesa queda cruda y la papa grande viene podrida”. Irónicamente parecía que él estaba crudo y que como ser humano, como esposo y como padre estaba podrido.
Por fortuna y a pesar de las adversidades estaba Mamá Nina, ella hizo de Frank el hombre que siempre fue. Un hombre ejemplar, que multiplica en buenos valores el desborde de lágrimas que vivió en su niñez. Fue un trabajador nato, un hombre de corazón puro y grande que entregó setenta años de su vida a Teresita, su negra, su gran amor, y también a sus cinco hijas, en quienes sembró recuerdos transparentes, de gran valor y amor.
Las hijas lo recuerdan como el mejor hombre que han conocido en todo el sentido de la palabra: familiarmente, laboralmente, como esposo, como padre, como abuelo, como amigo, como hermano, como tío. Simplemente, Frank de Jesús Dávila Bolívar ha sido siempre fuente de inspiración, de amor y luz para quienes lo conocimos y lo amamos.
Serie: #CrónicaDeLosAbuelos