El amor tocó a su puerta, pero se quedó esperando
Era guapo y elegante, le prometió amarla toda la vida; sin embargo, su tercer embarazo truncó el sueño de ser feliz.
Por: Alejandra Rico Arévalo
Era un viernes soleado en septiembre de 1974 en la capital de Colombia. En la empresa confecciones Big Job se encontraba María Oliva, una joven de 31 años de edad. Ese día trabajaba melancólica y pensando en sus problemas. Llevaba 10 años de casada con Jairo Arévalo, su familia apenas crecía, con dos hijas de 7 y 5 años, parecían una pareja estable y feliz, sin embargo, ella no lo era del todo.
María Helena, su amiga y compañera de trabajo, la convenció de salir el sábado para despejar la mente y dejar de pensar en esos problemas; acordaron ir a Chapinero a vitrinear después del trabajo. A eso de las 3 de la tarde Helena comentó que unos amigos suyos iban a bailar. Oliva tenía miedo de acompañarla, puesto que ella nunca había pisado una discoteca y no sabía qué ambiente era. Después de muchas quejas y apoyo, Helena la convenció. Fueron a la 53 con séptima a un lugar que se llamaba La Montaña del Oso.
En el lugar conoció a un hombre, Gabriel Tamayo era su nombre, un ingeniero de petróleo de 34 años, alto, elegante y guapo, iba acompañado de su primo y un amigo cercano; se presentó frente a Oliva, quien fue su objetivo desde que la vio. No podía ser diferente, su belleza era visible para cualquiera. Su pelo negro y ondulado, su cuerpo menudo y su ropa de “cocacolos” de la época, llamaban la atención de cualquier hombre.
No bailaron, se quedaron toda la noche sentados hablando, empatizaron muy bien, Oliva pensó que en algún otro momento saldrían de nuevo. Al acabar la velada no dieron espera cada uno para pasarse el número del teléfono fijo y los horarios en los que estaban disponibles. Gabriel se despidió de un beso en la mejilla, en ese rostro terso y libre de maquillaje.
Al llegar a su casa se sentía dichosa, querida, afortunada por haber conocido a aquel hombre. Sus hijas dormían plácidamente en la cama, pero faltaba su esposo, él se encontraba con alguna fulana del barrio. Era seguro que llegaría en horas de la madrugada, con seguridad le reclamaría a Oliva por su salida con María Helena, debido a que la consideraba una muy mala influencia. Oliva no quiso pensar en las consecuencias y la idea de un posible divorcio empezaba a rondar en su cabeza.
Pasaron los días y el 5 de octubre la llamada de Gabriel sonó por toda la casa, el motivo era que la quería invitar a conocer a su hermano que estaba prestando servicio en el batallón militar. Oliva angustiada de que la descubriera su esposo, se negó y le dijo que no podía dejar a sus niñas solas. Para él no había excusa válida para no verse, así que las invitó a las tres. Al siguiente día Oliva no se presentó con sus hijas por nervios y porque no quería ser vista de mala forma. Sin prestar atención “al qué dirán” su hermana Lucy y su pareja, le recomendaron casi que a las malas, que debía salir con Gabriel. Le insistieron que era hora de dejar a Jairo de una vez por todas.
Días después se volvieron a contactar, quedaron de encontrase en un restaurante por Chapinero. Gabriel cegado por el amor profundo que sentía, le propuso matrimonió, le explicó que si tenía que hablar con su esposo lo hacía y después de casarse se irían a Puerto Rico a vivir con sus hijas. Que serían una familia, que no les faltaría nunca nada. Oliva quiso decirle que sí en ese momento, sabía que su fututo estaba frente a ella. Sin embargo de sus labios sólo alcanzó a salir un “lo voy a pensar”. Se encontraba en una fase difícil, no quería ser egoísta con sus hijas quitándoles la presencia de su padre, pero quería ser feliz.
Una noche de reconciliación y promesas vacías, Oliva quedó embarazada de su tercera hija, no supo cómo darle la cara a aquel hombre que la hacía sentir especial, así que decidió perder su contacto. Gabriel se fue sin su amor y con un corazón roto. Nunca más volvieron a coincidir, se perdieron cada uno volviéndose un recuerdo bonito y momentáneo de sus vidas.
Serie: #CrónicaDeLosAbuelos
Foto teléfono: Hernán Díaz, Archivo de Bogotá.